La vida del revés

El mundo antes y después del coronavirus (Día 10)

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24 mar 2020 / 08:15 h - Actualizado: 24 mar 2020 / 10:29 h.
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O cambiamos el mundo o estamos acabados. Porque una sociedad incapaz de cuidar de los suyos está condenada a convertirse en una caricatura de lo que debería ser.

Ayer leía estupefacto las declaraciones de la ministra de Defensa, Margarita Robles, en las que se refería a algunas de las residencias de mayores hasta las que han llegado efectivos de la UME para realizar trabajos de desinfección (¡qué orgullosos podemos estar de nuestros soldados!): «El Ejército, en algunas visitas, ha podido ver a ancianos absolutamente abandonados, cuando no muertos, en sus camas». Por lo que parece, los empleados han salido pitando en algunos casos (las bajas han sido masivas), algunos cadáveres se encontraban junto a ancianos abandonados y en mal estado, las escenas eran dantescas. No sabemos cuántos casos han sido detectados aunque esto debería avergonzar a cualquiera. Uno solo es suficiente para generar alarma, desazón y un sentimiento de fracaso descomunal. Si bien es cierto que son muchas (casi todas) las residencias de mayores gestionadas con acierto y en las que los ancianos viven en condiciones muy favorables, también es verdad que no son pocas las residencias convertidas sencillamente, en un negocio que, visto lo visto, está en manos de malos profesionales. Y, para ser justos, son algunos trabajadores los que no deberían pisar un centro de mayores nunca más en su vida. Habrá que esperar a que la fiscalía haga su trabajo, pero todo parece indicar que tenemos unos cuantos candidatos a sentarse en el banquillo y a que le caiga encima todo el peso de la ley.

Tenemos que cambiar. No podemos cuidar de los niños, no podemos cuidar de los ancianos, no podemos cuidar de nosotros mismos. Y eso no puede ser. Trabajar está muy bien, producir riqueza para que el bienestar de las personas sea sólido y duradero está muy bien. Pero ¿de qué sirve eso si nuestra vida se vacía por los cuatro costados cada día que pasa? El sentido de la vida, seguramente, está en el amor que podemos desplegar durante el tiempo que estamos vivos porque es el gran legado que podemos dejar a nuestros hijos. Todo lo demás nos lo puede destrozar en unas horas un ser microscópico. En unas horas. Somos insignificantes. Y sin hacer lo que nos toca nos reducimos a la nada.

El mundo después del coronavirus será el mundo en el que las personas tendrán que empezar a comprender que son de carne y hueso aunque, al mismo tiempo, los únicos seres conocidos capaces de reflexionar para dar sentido al universo y, por tanto, a sí mismos. Y eso es mucho decir. A ver si nos enteramos de una vez.