En España, en Italia o en cualquier otro país occidental, clamamos al cielo porque no tenemos camas suficientes, ni mascarillas para todos. Es un drama, sin duda. En los campos de refugiados o en los países con sistemas sanitarios casi inexistentes claman al cielo porque no tienen camas para nadie, ni mascarillas. Si occidente está viviendo una tragedia de dimensiones colosales, lo que les queda a los países más desfavorecidos o a los millones de personas desplazados de sus casas por la guerra o por la persecución política o religiosa, va a ser demoledor.
Cada día que pasa, se dibuja un pasado que habiendo sido catastrófico para millones de personas comienza a aparecer como un escenario amable si lo comparamos con el que está por llegar. Y si hemos ayudado poco mientras podíamos, ahora que no somos capaces de hacer gran cosa por nosotros mismos, dejaremos totalmente abandonados a hombres, mujeres, niños y ancianos. El drama es desgarrador. Todo puede ir a peor y esta vez se va a demostrar con claridad.
Soy de los que piensa que todavía no sabemos leer lo que está sucediendo en el planeta Tierra. Intuimos cambios, pensamos que habrá un antes y un después, pero no alcanzamos a imaginar hasta qué punto la humanidad se enfrenta a un futuro incierto y a sí misma.
Esto no es el fin del mundo ni un tiempo apocalíptico. Sencillamente, es el momento en el que tendremos que decidir si la forma de entender la vida que tenemos (y que hemos diseñado nosotros mismos) merece la pena o debe cambiar radicalmente. Ahora que ya sabemos que todos somos igual de vulnerables, tal vez sea el momento de levantar el pie y pensar. Un poquito, nada más. Por favor, un poquito nada más.