En los últimos años hemos visto, gracias a Dios, una disminución de excrementos de perros por las calles de la ciudad. Muchos amos se han percatado de lo asqueroso que es ir haciendo eslalon para evitar pisar una boñiga de estos compañeros que poca culpa tienen de ir dejando el regalito.
El paseante del can va pertrechado con la botellita de agua con Fairy para eliminar el orín y con las bolsas negras para recoger el regalito y depositarlo en el contenedor.
Pero con la pandemia y sobre todo con la supresión de la obligatoriedad de las mascarillas, las calles se han llenado de estos bozales de tela por los suelos.
Hace un par de días pude contar hasta ocho mascarillas arrojadas en un trayecto de menos de 30 minutos.
No sólo te encuentras las mascarillas por el suelo, todavía hay gente que deja las bolsas de basura en los contenderos pequeños porque no quiere dar un paseo con la bolsa de tres minutos y arrojarlas en el contenedor.
La ciudad está asquerosa. Esa es una verdad palpable, pero no todo es culpa del consistorio. Las pintadas en las fachadas no las hace el área de Cultura, ni las bolsas de basuras las pone Movilidad.
El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz, anunció el reforzamiento de la plantilla de Lipasam con 172 incorporaciones, pero el refuerzo importante que debería de hacer Muñoz es en la educación de los ciudadanos para evitar que piensen que las calles de nuestra ciudad es algo parecido al vertedero de Nerva.