El Papa Francisco desafía a Dios

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07 mar 2021 / 10:06 h - Actualizado: 07 mar 2021 / 10:09 h.
"Historia","Semana Santa","Pandemia","Papa Francisco"
  • El Papa Francisco llegando a Irak. / EFE
    El Papa Francisco llegando a Irak. / EFE

En estos días, está pasando desapercibida la visita del Papa Francisco a Irak, adonde arribó a pesar de la negativa de los servicios secretos americanos y del otro mundo árabe que desdeña a Siria o a Irán, y en los cuales reposa su indigestión nuestro Emérito.

Mientras en Arabia Saudí las tasas de coronavirus son mínimas, parece que Dios hubiera abandonado a los irakies, asolados por la pandemia, a la que también ha retado el jesuita emergido entre la fumata blanca de la defección de Benedicto XVI.

Fue en Bagdad donde se tradujo a Hipocrates o la Física de Aristóteles y el lugar de nacimiento del álgebra. Ubicaba el recodo en el se unieron la teología con la filosofía griega a través de Empedocles, y hasta allí se llegó a descifrar el Antiguo Testamento.

Hoy los niños no conocen esa historia, ni abarcan la conjuración de Catilina, o la democracia de Bruto frente los doce Césares. Yacen arrinconados por la robótica o la relatividad cuántica a la que han sido exilados, como si el destino del ser humano fuera Sillicon Vallley y no los Manuscritos del Mar Muerto.

Irak apenas se colige a lo lejos desde el Monte Nebo en el que Moisés divisara la Tierra Prometida y ahora Francisco nos redescubre el Libro del Génesis, en el que la luz era buena en un único Dios, llámese Vishnú, Mahoma, Buda o Jesus.

Unos kilometros más allá de la capital, el Papa entró el Viernes, con la sola protección de su túnica blanca, para pisar una modesta vivienda en la ciudad sagrada de Nayaf, donde mora el líder chií, Al Sastani, de noventa años, ante el que se despojó de las sandalias del pescador, solo para proclamar, como Abraham, “vosotros sois parte de nosotros y nosotros parte de vosotros”

El gesto descalzo, no solo es propio del mundo oriental o árabe, sino del Nuevo Testamento, y me rememora al Padre Arrupe, -el Papa Negro-, limpiando arrodillado los zapatos de un niño en la miseria de Quito de 1.966.

Mientras el Opus o los Legionarios de Cristo instruyen en la conspiración contra este jesuita, ayer en Irak emergió, en forma de sotana, la luz del Dios de Spinoza, que se manifestó descendiendo torpe pero resueltamente de un coche negro.

Es esa divinidad que se aparece en los Hospitales, donde aún dos moribundos deciden comprometerse con un anillo para siempre, como si esa eternidad consistiera en unos breves segundos antes de ser entubados. Ese que expulsa del templo a los que vestidos de púrpura se cuelan en las filas interminables de espera en pos de un pasaporte terrenal de nombre “vacuna”.

Me asomo a ese cuarto infantil, donde dejó (hace ya dos eternos años) de refulgir la bola de cera rojiza forjada entre las cuestas de Sanlucar y las que fueran trincheras, de la calle Parras.

Y sí, frente a los que defienden que no ha de haber Semana Santa, Francisco les ha recordado que el Señor del Universo está en el Islam, en Bagdad e incluso entre los niños que creen que nació con Ironman. Crece entre las ruinas pobladas de jaramagos de Palmira e incluso se presiente en las naranjas caídas y huérfanas de azahar, que poblan nuestra inmensa soledad hermética, porque ayer el Papa desafió a Dios, para hacerle renacer (Baghavat Purana) “en el ocaso de una era” donde acaba el paraíso de los ricos y empieza el infierno de los pobres.