El ‘penultimátum’

la segunda vez

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10 oct 2015 / 22:54 h - Actualizado: 10 oct 2015 / 22:56 h.
"La segunda vez"

Si uno acude a cualquier diccionario observará profusas definiciones del vocablo ultimátum. Esa decisión irreversible que uno toma, normalmente contra otro, en la que se da un plazo de tiempo para que cumpla un requerimiento o deje de realizar una acción. La Real Academia Española lo limita al lenguaje diplomático: «resolución terminante y definitiva, comunicada por escrito». Lo cierto es que el ultimátum ha pasado a la historia de los viejos libros de la ídem, no por falta de vocingleros del mismo, sino porque la locución no obedece al significado. Desde un punto de vista de ortodoxia lingüística, soltar una amenaza bajo el disfraz de «es un ultimátum», resulta absolutamente inútil. Acaso por lo «terminante y definitiva» de la expresión, en un occidente cuyos gobernantes son «indeterminados y escaso definitivos», excepto en los desaguisados que provocan.

En efecto, me precio en descubrir una nueva palabra para todos los pelmas lanzadores de ultimátum(s), que nunca les dejará en evidencia, el penultimátum, o sucesión continuada de ultimátum(s), con un mínimo de dos. Ciertamente, mientras el ultimátum sólo permite una única aserción, el penultimátum consiente, a quien lo articule, la posibilidad, absolutamente irrenunciable en nuestros días, de repetirlo, pollinamente, las veces necesarias. Un ejemplo de ultimátum que se me ocurre, a bote pronto, como quién no quiere la cosa, sería: «si ustedes no cumplen sus compromisos, en unos meses estarán fuera de la UE»; si a los pocos meses la frase se renueva, deja a quienes la enunciaron, con el nalgamen al fresco. Sin embargo, el afable penultimátum admite, a quién audaz se vale del mismo, la conveniente reiteración: «si ustedes no cumplen sus compromisos, en unos meses estarán fuera de la UE»; eso sí, añadiendo alguna apostilla concluyente: «¡es nuestra última palabra...!»; y, efectivamente, pasados unos meses se vuelven a refrescar las antedichas aseveraciones y así, de forma sucesiva, hasta que a los amonestados les dé la gana actuar. El penultimátum, como agudamente habrán observado, deviene siempre e irremediablemente en varios antepenultimátums.

El receptor, escasamente tontorrón y abundantemente aprovechado, al contrario que el pronunciador, lo sabe y lo exprime.

Otra ventaja del penultimátum es su reversibilidad. Característica, sin duda, muy alineada con la melifluidad imperante. De tal suerte que, cualquier individuo dotado de potestas, pero desguarnecido de autoritas, personajes, los cuales, por cierto, atiborran nuestros hemiciclos, gobiernos y demás, ya sea ataviados con trajes, camisetas o pañuelos palestinos, podrá afirmar sin rubor: «¡cómo celebren el referéndum ilegal, les caerá todo el peso de la ley!»; corearlo sin cesar, aprovechando la cualidad de reiterativo del penultimátum y, a la hora de la verdad, ni peso de la ley ¡ni leites! Al final, se celebra la consulta con el dinero de todos los españoles y el receptor del penultimátum se fuma un puro, o dos, mientras el Poder Ejecutivo se dedica a sus cosas.

A partir de ahora los famosetes de turno, tan aficionados o más que los políticos a los ultimátum(s), sin rubor, asegurarán: «tienes tres días para retirar públicamente tus calumnias, o te las verás con mis abogados»; quedándose tan panchos, porque seguidamente expondrán: «te lo aviso, es un penultimátum»; y no tendrán que dar ni media explicación cuando el otro no solo no las retire, sino aproveche, además, para acostarse con quién le arrojó el penultimátum. Así son los penultimátums, ¡una gozada!