Hay un feminismo que, cuanto menos, está inspirando miedo entre sectores no sólo de la población sino de los distintos poderes. Hay una espiral del silencio a la hora de hablar libremente, no sea que ese sector y sus adeptos, tan influyentes en todo el mundo occidental, te tomen por machista y es que decir machista hoy es decir maltratador, asesino, y eso son palabras mayores al significado que el concepto ha poseído en tiempos no tan lejanos en los que incluso se usaba como una acusación inocente y de simple advertencia. Hoy no, hoy decirte machista es decirte delincuente y millones de personas -mujeres y hombres- huyen de esa situación implantada por un movimiento que a veces inspira no ya miedo sino terror.
No sé si a sus impulsoras e impulsores este hecho les llenará de orgullo al creer que han logrado cambiar las tornas, es decir, si el hombre inspira terror ahora también son las mujeres: la igualdad en el terror. Dudosa virtud y gloria sería ésa tanto para ellos como para ellas. Fíjense el miedo que hemos comprobado de decirle a las organizadoras de las fiestas del 8 de marzo que no puede ser, ni 100.000 ni 500 en una manifestación. Sólo una de ellas, de la cuerda, la ministra de Sanidad que agarró el Covid el año pasado tras participar en el acto, lo ha afirmado en primer lugar con claridad y sin rodeos, el resto ha estado o está a la espera y quien ha dicho que 8 de marzo no, lo afirma despacito, bajito y con la boca chica. Quinientas personas sí se pueden reunir, afirmó en primer término la señora Montero. ¿Y para botellonas no? ¿Y para fiestas varias no? ¿Cómo se puede lograr y garantizar que 500 personas en todo momento cumplan con lo previsto con vistas a que la pandemia no reviva?
Conste que no tengo nada contra el día de la mujer, entre otras razones porque eso no es el día de la mujer ni nada. El 8 de marzo conmemora sobre todo hechos luctuosos no en la lucha de la mujer sino en la lucha obrera. Y lo que veo en la calle tiene poco que ver con eso, si yo fuera el poder, el de verdad, me alegraría de esa forma de celebrar tan trágico día: dejo a quien lo desee que dé saltos y grite por ahí, se desahogue, divida a los trabajadores, y luego se marche a casa, eso está en el guion de todo poder: dominar mediante la ilusión de libertad y tergiversando el significado real de las conmemoraciones hasta el punto de que no se sepa lo que se rememora.
Al mismo tiempo, es una falta de sensibilidad, justicia y rigor histórico oponerse a que la mujer ocupe un sitio justo y en pie de igualdad en la sociedad. Lo que es inaceptable es que un movimiento se haya convertido en un lobby que inspire ese miedo a expresarse, incluso a gobernar, y que haya quien cierra la boca y baje la cabeza ante él; para llegar a otra dictadura no declarada no me la he jugado yo en una dictadura de verdad como fue la franquista. Todos los días recibo a través de los medios de comunicación mi ración de adoctrinamiento feminista, en series, películas, anuncios, textos escritos. Incluso a veces mi porción de insultos en redes sociales. O bien en la vida cotidiana oyendo a personas que sientan cátedra cuando sólo han oído campanas pero no saben dónde y aun así se sienten poderosas porque saben que hay una legislación que las protege como le sucede a la Corona o a los parlamentarios.
Sin embargo, yo prefiero un millón de veces a otras feministas: las que no presionan, las que te demuestran con sus actos que valen mil veces más que los hombres y son más progresistas que las que se autodenominan progresistas, esas mujeres con las que se puede dialogar sin que te larguen a las primeras de cambio cualquier reproche ideológico. Las hay de todos los signos políticos y me recuerdan -salvando las distancias- a las mujeres camaradas comunistas jóvenes con las que luché, codo con codo, contra la dictadura y contra la predominancia del varón, aquellas que nos daban lecciones y nos acusaban a veces de machistas con espíritu a la vez amistoso y de crítica constructiva y nos invitaban a sus reuniones feministas para que participáramos en ellas en pie de igualdad porque era una lucha del humano contra el humano, no de la mujer contra el hombre para reforzar el sistema en lugar de transformarlo. No nos infundían miedo ni terror, al revés, eran camaradas. Muchas de aquellas entonces jóvenes mujeres, hoy, ya de mayores, abominan de ese feminismo superficial, de pose, indocumentado, que, encima, ha logrado sembrar pánico en las mentes y en las palabras.