Garzón, el otro, el ministro, acaba de concluir la ley para prohibir esa cascada de publicidad online que les borbotea por el móvil a nuestros hijos. Es una primera hazaña. Porque, más allá de esa propaganda insana que en nada se parece al deporte, abundan las casas de apuestas como prostíbulos de la imaginación. En mi pueblo, por ejemplo, hay ya muchas más que librerías. Y supongo que es tendencia generalizada. La segunda hazaña sería alejarlas de los colegios, porque muchas de ellas están casi al lado de las escuelas, así, sin complejos, con esos carteles horrorosos que galgos embozados en pleno frenesí que, por cierto, luego nada tienen que ver con la acostumbrada penumbra del local. Me cuesta imaginar en qué momento logra su objetivo esa persuasión subliminal para conseguir que un chaval que podría ejercer cualquier deporte termina convertido en un hombre que sale de una de estas casas a deshora.
El Ministerio de Alberto Garzón se llama de Consumo, a secas, pero muy bien podría seguir relacionado con el de Sanidad o Salud, porque la salud está íntimamente relacionada con lo que se consume, por la boca o por los ojos, y esta última entrada es últimamente más voraz que el estómago. Todo entra por las pantallas, como ya sabemos, sobre todo los padres, que antes cerrábamos la puerta a la hora de la siesta para que no viniera el tío del saco y ahora nos inquieta que el tío, sin saco, entre a cualquier hora en el cerebro de nuestros pequeños por cualquiera de los terminales a su disposición.
La regulación de esta publicidad era más que necesaria. Esperemos que el Gobierno se ponga ahora de acuerdo en venderla bien, e incluso que comunidades autónomas como la nuestra la acoja con deportividad, más allá de la diferencia de colores. Esperemos que, esta vez, algo tan serio no termine convertido en meme, como ocurrió cuando a Garzón se le ocurrió advertir contra el exceso de consumo de carne y al otro, al presidente Sánchez, hacer la gracieta del chuletón.