Opinión
Manuel Bohórquez
El último pellizco de Chick Corea
Solo estuve una vez a dos metros de él, del pianista de jazz Chick Corea, y fue toda una experiencia porque es algo que te puede pasar una o dos veces en la vida, si acaso. Me pasó lo mismo con Mile Davis y con Quincy Jones. Cuánto le debo al flamenco. Ayer fue un día de una enorme tristeza, porque admiraba mucho al gran músico estadounidense de jazz. Armando, así se llamó en realidad. Comencé a seguirlo cuando daba mis primeros pasos en el flamenco y en el jazz fusión. Me lo presentó Mile Davis, el saetero negro, pero en un sueño. Una noche vino Davis a mi cuarto, me despertó, y me dijo: “Aquí te presento a Chick, que es de mi banda”. Bill Evans fue testigo, en serio. Los flamencos se creen que los críticos de este arte venimos de la influencia de Manolo Escobar y Manitas de Plata. Pues no, algunos hemos escuchado algo más y me apasionan el jazz, el rock y la música clásica. Enrique Morente y Manolo Sanlúcar me dijeron una noche que si un crítico no se impregnaba de toda la música, la poesía y la pintura, nunca podría ser bueno. El “pellizquito no lo es todo”, dijo Manolo. Chick Corea tenía pellizco, un torniscón flamenco que te transportaba. Cuando lo escuchaba tocar el piano se me venían a la cabeza los pianistas flamencos a los que he podido conocer, como fueron García Matos, Arturo Pavón y Pepe Romero. El Maestro Matos me habló una noche en Alcalá de Guadaíra, en la presentación de un libro de Antonio Mairena sobre las soleares de Alcalá, del duende en el piano, y me contó que una tarde escuchó tocar este instrumento en la Alameda al guitarrista jerezano Currito el de la Jeroma, “que era casi negro”, aseguró con gracia. “Técnicamente no era un portento, pero le daba unos pellizcos a las teclas...”. Cuando conocí a Quincy Jones en Montreux (Suíza), en 1991, nos habló a algunos críticos que habíamos ido el festival de jazz de esta ciudad, de los “sonidos negros de El Pele”, del que se había enamorado como cantaor. “Es un cantador de Harlem”, nos dijo ante Tomatito, el representante Antonio Montoya y el propio Pele, entre otros artistas. Pues Chick Corea era un músico estadounidense, de jazz, con pellizco flamenco y sonidos negros, como aquellos que vio y oyó Lorca en Manuel Torres, el Majareta de Jerez. Y esos músicos, cuando se mueren, siguen en nuestra piel como pintiparados, como una lapa. Anoche me encerré en mi despacho con la luz apagada, escuchando a Chick Corea, y les confieso que rompí a llorar porque no es que te ponga la carne de gallina, por su duende: es que te parte el espinazo. Me lo imaginé llegando anoche al retiro celeste de Paco de Lucía, y al genio de Algeciras, diciéndole: “Creía que no ibas a venir nunca”. La de pellizcos que se darían.
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