En defensa de la picaresca

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05 ene 2021 / 09:17 h - Actualizado: 05 ene 2021 / 09:29 h.
"Opinión"
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Cuando la gente ve que el mundo no es justo, que el que llega arriba no es exactamente el mejor y más esforzado de los candidatos, que el amiguismo campa por sus respetos (en España y en el Mundo, no nos autoflagelemos más de lo necesario); cuando la gente llega a la convicción de que no hay caminos establecidos para la valoración justa de los esfuerzos personales, que la ley se aplica con más rigor a unos que a otros, que hasta las cosas más sagradas (la elección de un juez, el esfuerzo por investigar un delito, la concesión de una plaza, la calificación en un doctorado) dependen no del mérito de los candidatos sino de las componendas de intereses de superiores orgánicos y sus lealtades, amistades e intereses, comprendo que haya quienes opten por la picaresca.

¿Cómo se defiende el individuo ante la gran maquinaria de las instituciones largamente asentadas? Hablo de la Administración Pública, pero también de las empresas consolidadas, de los Departamentos jerarquizados, de los gestores de artistas, etc. La mayoría de las veces nos defendemos con la resignación o con un chiste demoledor sobre nuestros jefes o haciéndoles «la peseta» por la espalda, pero sobre todo con la resignación. ¿Quién puede demoler la injusticia? Si supiéramos dónde poner la bomba para que todos los actos que impiden la valoración correcta de nuestros esfuerzos quedaran demolidos habría cola de artificieros espontáneos. Derribaron las Torres Gemelas y no consiguieron hacer el mundo mejor ni un ápice. Yo imagino a los injustamente maltratados del mundo pensando en inmolarse pero sin saber a dónde ir, locos buscando en el mapa del mundo social qué punto acumula el poder de lo injusto. Y los imagino decepcionados asumiendo que no hay un punto, un lugar, un hombre, una institución que si volara por los aires crearía un mundo más justo. Y a renglón seguido me los imagino optando por la picaresca: «Paso el paquete de jamón serrano por delante de la cajera sin que se dé cuenta y me vengo del Sistema». «Miro en las oposiciones un dato en el móvil y me vengo del Sistema». «Llego a mi casa 12 minutos después del toque de queda y me vengo del Sistema». «Debo ir a 120 km/h pero voy a 130 y me vengo del Sistema». «Hoy no recojo las caquitas del perro para vengarme del Sistema». Etcétera.

Y yo los comprendo. ¡Cuánta frustración sin válvulas de escape! «Le dieron la plaza: al pelota del Catedrático, a la amiguita del jefe, al sobrino de la esposa del Gerente, al que tiene amigos en la banca, al cuñado del concejal, y no hay manera de enmendar la injusticia», piensa la gente. «El tribunal venía predispuesto, la Comisión actuó por intereses externos a la plaza, el jurado fue machista, el sindicato presionó en favor de uno...». Y dicen: «Nos tienen controlados por cámaras, hay que darle a una tecla del ordenador cada veinte minutos para que sepan que seguimos delante, hay que fichar a la entrada y a la salida incluso del desayuno, nos aplican normativas absolutamente desconocidas, siento la presión y el control a todas horas...». «¿Cómo me desquito?», se preguntan. Por los pequeños actos de picaresca: Se llevan lápices, se escaquean en las guardias, hacen fotocopias para sus hijos, mandan mensajes de móvil en horario laboral, se saltan un semáforo peatonal, cobran algunas cosas en negro, racanean en la declaración de la renta, se bajan una peli pirata, aparcan encima de un paso de peatones o en la plaza de discapacitados, pisan la línea continua, sobrepasan el límite de velocidad. ¿Quién no los puede comprender?

Porque mientras los pícaros roban chicles en el supermercado saben que los bancos con sus reglas bien legales les machacan la vida, no atienden en caja después de las 11:30, no admiten pagos por caja, les cobran comisiones abusivas, no les facilitan nada ¡y tienen su dinero! Mientras los pícaros se cuelan en la piscina del hotel, las empresas legalmente les rescinden el contrato cuando quieren, no les pagan las horas de antes y después (no las llaman «extra», claro), les cambian los turnos sin preguntar, les impiden prejubilarse si no les viene bien, etc. Mientras los pícaros se saltan el semáforo con su moto, la Administración, siempre en la más absoluta de las legalidades, les llena de normas, siempre cambiantes y que no entiende de casos concretos, les obliga a usar mecanismos telemáticos sin haberles dado herramientas previas, les quita libertades en nombre del Bien Común (que sólo ellos conocen), dicta miles de normas para matar moscas a cañonazos y crea sanciones para quien no las cumpla. Pero todo legal, políticamente correcto y de obligado cumplimiento. Y el administrado se venga de la sensación de falta de libertad saltándose las reglas bajándose la mascarilla un centímetro cuando camina... ¿Quién no le puede comprender?

Lo curioso del caso es que la gente se cree que el cumplimiento de las normas es lo moralmente correcto sin preguntarse, siquiera, por qué intereses (a veces muy oscuros) se crearon. Si la gente realmente lo supiera no se dedicaría a la picaresca se entregaría a la revolución.