Estos días algunos de mis colegas columnistas han abordado sin remilgos el grave problema del suicidio y han hecho muy bien. En el mundo periodístico siempre nos hemos estado preguntando qué hacer con una noticia que encierra un suicidio por aquello de la responsabilidad social y el efecto llamada. Pero cuando un acontecimiento va en aumento y se convierte en un problema grave, la obligación del periodista es contarlo y buscar causas.
En este mes de diciembre el exjefe de France Télécom y dos exejecutivos han sido encarcelados por llevar a cabo una política de reestructuración que habría ocasionado los suicidios de varios empleados en la década de los años 2000. Según informa la web de la BBC, un total de 39 casos fueron examinados por el tribunal: 19 de ellos fueron de empleados que se suicidaron y 12 de otros que habían intentado hacerlo. Aquellos que no consiguieron quitarse la vida sufrieron depresión durante años y por lo tanto no pudieron seguir trabajando. Y todo, ¿por qué? Según el fallo judicial, debido a una política de asfixia laboral, de acoso y de ambición empresarial ejercida por Didier Lombard, Louis-Pierre Wenès y Olivier Barberot que han sido condenados a un año de prisión, y ocho meses de suspensión laboral. La empresa, que desde 2013 se llama Orange y está en manos de la banca anglosajona, ha sido condenada a pagar la friolera cantidad de 75.000 euros.
Barato les sale a los poderosos provocar la muerte de tantas personas, así apenas habrá problemas para seguir actuando de similar forma, al tiempo que se acelerarán las inversiones en Inteligencia Artificial (IA) con un fin doble: acabar con las depresiones y sustituir a los seres humanos por robots que esos se supone que no se deprimen. El ciber no se deprime y en cuanto a la depresión humana, podrá ser controlada alterando los algoritmos cerebrales que la originan mediante la implantación de elementos informáticos, así de simple y así de complejo.
¿Por qué el suicidio? Porque el cerebro humano es un desconocido en gran medida, de ahí que a la IA aún le quede un enorme camino por recorrer en lo que vamos a llamar aspecto humanístico, está avanzando y mucho en el tecnológico por la distancia cerebral entre lo biológico cultural y lo puramente biológico. Un exalumno –ya periodista consagrado- que me llamó hace poco por teléfono para felicitarme las fiestas y hacer balance del año, me dio una explicación lógica de una de las causas de los suicidios: a pesar de que puede que los psiquiatras y psicólogos que atienden a los afectados les digan a las familias que el paciente está mejor, la realidad es que mentimos a los profesionales, nos negamos a someternos a sus orientaciones y eso es fruto de la depresión misma, de que se le acaban a uno las ganas de vivir por causas arcanas y profundas.
Ahora el reto es éste: afirmar que cada cual es responsable de su vida y si se suicida es porque ha sido un inadaptado, un cobarde o un débil que no ha sabido hacerle frente, o estudiar qué está pasando aquí, continuar con las investigaciones neurocientíficas y psicológicas no sólo para vender sino para curar, y sustituir el contexto socioeconómico que estimula ciertos tipos de depresiones y de suicidios por otro que suponga la solidaridad entre los seres humanos. Esta última premisa no va a darse ni a corto ni a medio plazo, por lo menos, así que, por lo pronto, eduquemos a los niños, jóvenes y adolescentes para la resistencia –ahora se dice resiliencia- en lugar de tanto mimo y tanta pamplina cuyos efectos tenemos que soportar incluso entre los alumnos universitarios que están a punto de entrar en la selva incontrolable en que el mercado ha convertido nuestras vidas.