Enredos, estafas y otras artimañas patriarcales

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Pepa Violeta Pepavioleta
20 oct 2019 / 11:29 h - Actualizado: 20 oct 2019 / 11:33 h.
  • Enredos, estafas y otras artimañas patriarcales

Hablar de estafas patriarcales, implica necesariamente hablar de capitalismo neoliberal postmoderno, menuda palabreja. Ambos conceptos (patriarcado y capitalismo) son indivisible, se retroalimentan el uno al otro. Una estructura compleja de desarticular, de cuestionar. Después de escuchar tantas veces que este sistema es el mejor que podemos tener para consolidar una economía libre y un mercado global del que disfrutar, desde cualquier estrato social que ocupemos, al final nos lo hemos acabado creyendo. Esta misma estructura “perfecta”, es la que está agotando poco a poco nuestro margen para decidir qué vida queremos llevar, cuánto tiempo queremos dedicarle al trabajo y qué nos apetece hacer con nuestro tiempo y nuestro derecho a gestionarlo más allá de intereses ajenos.

Lo que producimos no nos pertenece, la hostilidad se hace omnipresente, nos vamos secando por dentro como si viviéramos en un otoño permanente. Cada vez hay más personas que se enriquecen con esta nueva forma de explotación laboral en la que nosotras mismas estamos participando, imitando los patrones patriarcales de producción y consumo.

El movimiento feminista debe permanecer alerta y detectar todas estas trampas y enredos en los que quieren incluirnos a las mujeres. Como dice Remedios Zafra, a las entusiastas, a las que queremos mostrar nuestro talento, a todas aquellas que acumulan las ganas de todas nuestras antepasadas para construir y producir hasta límites imposibles. Somos carne de cañón. Se nos escapan por los poros las ganas de igualar nuestros logros, a los de nuestros compañeros, que ya llevan años de recorrido y experiencia. Queremos brillar, que se reconozcan nuestros méritos, no parar de crear. Y para eso estamos hipotecando nuestras vidas, nuestra capacidad de cuestionar un sistema que nos utiliza y esta neutralizando poco a poco nuestras escasas opciones de pararnos a reflexionar sobre si engancharnos a este modelo productivo masculinizado, es lo más acertado para nosotras.

La precariedad laboral lleva nombre de mujer y eso por mucho que nos duela es una realidad. El salario que recibimos por nuestro trabajo no da para comida, vivienda digna, ocio, formación... pero por lo visto si da para visibilidad y reconocimiento social gracias a las redes sociales y el autobombo que ya nos han inoculado en vena como parte de nuestras rutinas productivas. Se supone que con esto debería bastar, ¿no?

Alimentado nuestro ego y nuestra frágil autoestima, estamos ya más que pagadas. Nos educan en el agradecimiento continuo. Ya estamos las mujeres inmersas en el mercado laboral, podemos estudiar y tenemos control en nuestras propias finanzas, ¿acaso no es suficiente?. Y aquí es donde nos quieren obedientes, atiborradas de trabajo y con poco tiempo para pensar en cómo ellos “nos piensan”.

El patriarcado y el capitalismo no pueden permitirse el lujo de que las mujeres (es decir, más de la mitad de la población) den la voz de alarma, muestren y expongan el cautiverio en el que vivimos la sociedad en conjunto. Después del esfuerzo que les ha supuesto “repartir” trabajo para todos/as (tras la incorporación generalizada de la mujer al mundo laboral) y disfrazar los cuidados asistenciales de asunto privado para ahorrar al estado un puñado de euros, aceptar un nuevo modelo productivo que nos libere de sus cadenas, es algo que no van a permitir. Y aquí es donde entra en juego el capitalismo, que se disfraza de genio de la lámpara para concedernos todos los deseos que nuestro dinero pueda comprar, objetos materiales que nos alejen de la tentación de ponernos a pensar, qué sentido tiene todo esto.

El consumo, la acumulación de objetos, que nos proporcionan felicidad intensa pero efímera. Objetos que nos posiciona en la sociedad y nos dota, por arte de magia, de valor. Ese que necesitamos para sentir que todas nuestras renuncias han servido para algo.¿ Y desde el movimiento feminista se puede trabajar para incitar a un cambio de paradigma?

Pues yo creo que sí, podríamos resumirlo en cinco premisas básicas con la que ir poniéndonos las pilas.

Por un lado empezar a liberarnos de cumplir expectativas ajenas, para no tener que lidiar con la frustración día si y día también.

En segundo lugar, debemos asumir que el modelo productivo patriarcal/capitalista nos aísla de nuestro poder para definir cómo queremos vivenciar nuestro desarrollo profesional/personal y qué mujeres queremos ser.

Otra premisa en la que hay que trabajar es apoderados del concepto tiempo, como algo que nos pertenece y no como un reducto del que poder disfrutar sólo cuando “otros” deciden soltarnos cuerda.

Importante también construir redes de solidaridad sóricas para nosotras, desde el feminismo. No existe tradición de “camaradería” ni redes de apoyo previas con las que las mujeres podamos convertirnos en lobbies de presión. Por eso hay que construirlas desde la base. Hay que inventarlas, ajustarlas a nuestros propios intereses y necesidades. A los hombres les funcionan las suyas, de nada sirve adoptar sus códigos como nuestros. Una mala copia siempre será una mala copia.

Por último, dejar de definir nuestra propia identidad por el trabajo que desempeñamos o el número de actividades con las que rellenamos nuestros vacíos existenciales. La vida no se resume en trabajar, no somos lo que hacemos. Somos mujeres polifónicas, singulares, diversas y en perpetuo cambio.

Trabajar de lunes a viernes hasta el agotamiento. Salir el sábado a llenar la nevera. Cumplir con las expectativas ajenas. Buscar el reconocimiento fuera de nosotras mismas y cómo no, ahorrar lo suficiente para permitirnos el lujo de tener 15 días de “libertad” al año. Si a todo esto lo llamamos éxito, sinceramente no hemos aprendido nada.