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miércoles, 27 septiembre 2023
Educación

Enseñantes: un reto desbordante

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Álvaro Romero @aromerobernal1
14 sep 2023 / 08:17 h - Actualizado: 14 sep 2023 / 08:21 h.
"Educación"
  • Una clase de un instituto de enseñanza secundaria de Sevilla. / El Correo
    Una clase de un instituto de enseñanza secundaria de Sevilla. / El Correo

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El reto de enseñar, y máxime en la Educación Pública, es hoy más desbordante aún. Puedo hablar por experiencia propia y hay compañeros con mucha más experiencia que yo. Veinte años y vuelta al principio, o a los principios. Porque a pesar de todas las nuevas tecnologías que nos ayudan o nos traicionan, el verdadero reto del profesorado sigue siendo insuflar entre nuestro alumnado entusiasmo por el saber, que sigue sin ocupar sitio por mucho que nos mientan las memorias digitales, e inculcarles responsabilidad, disciplina, honestidad y preocupación por el mundo en el que vivimos en todos sus aspectos desde la conciencia permanente de que podemos y debemos mejorarlo desde el humanismo. Eso en Lengua, en Literatura, en Matemáticas, en Biología y en Química, en los idiomas, en Geografía, en Historia y hasta en Educación Física. Y el modo más valiente de intentar conseguirlo no es abundando en su relación con las pantallas, de las que no se despegan durante todo el santo día y tantas veces noche, sino mirándolos a los ojos y haciendo que nos miren, hablándoles y haciendo que nos hablen, enseñándoles a pensar escribiendo y a escribir pensando y aspirando a que verdaderamente se atrevan a demostrarlo con un discurso propio que no puede nacer sino del aprendizaje previo no tanto de las ideologías como de las ideas.

Porque después está muy bonita toda esa pantomima del juicio crítico. Pero si acostumbramos a nuestros jóvenes al corta y pega, ¿qué juicio y qué crítica vamos a esperar que hagan si su modelo de mundo es alabar o refutar a golpe de like lo que otros piensan, escriben y dicen desde bien lejos? Veinte años después, el objetivo es que nuestros alumnos no se conviertan en borregos. Como siempre.

Pero conviene repetirlo alto y claro porque no siempre tenemos los mismos alumnos ni los mismos profesores. El río de Heráclito, y de Gerardo Diego. Quién pudiera como tú, / a la vez quieto y en marcha, / cantar siempre el mismo verso / pero con distinta agua. No vale lo que se dijo el curso pasado porque los escuchantes son distintos, otros, recién llegados, y nunca es excusa que nos cansemos de repetir lo mismo. A veces, lo de casi siempre lo es porque es lo fundamental. Y el alumnado que acaba de aterrizar en los pupitres no debe cargar con la responsabilidad de que otros que ya se han marchado desaprovecharan el tiempo, los recursos, la entrega de quienes lo pusieron todo para que aprendieran algo.

Los alumnos de este curso 2023-2024 merecen que volvamos a los principios, incluso más aún, porque las amenazas de distracción que se ciernen sobre el tiempo que se les abre por delante son más potentes que nunca. Estos nuevos alumnos no están necesitando que incorporemos imperiosamente las herramientas digitales en el quehacer diario, aunque tampoco las tengamos que despreciar, porque la vida ya se las ha incorporado de facto, inevitablemente. Han nacido con la inercia de arrastrar el aire con la yema de sus dedos para pasar a otra cosa mariposa, como en las pantallas táctiles. Pero lo que precisan no es seguir saltando de un estímulo a otro, en una adictiva espiral sin asiento y sin sentido, que es lo que hacen cuando están fuera de las aulas, sino que les demos el privilegio de aprender a pensar, a escribir, a debatir, a descubrir con sosiego nuevos puntos de vista, empezando por esa revolución que supone siempre los clásicos, en un espacio y un tiempo limitados que sirven para el reencuentro con sus posibilidades elementalmente humanas.

Parece muy rancio, muy pasado de moda esto que digo. Pero luego nos encontramos con estudiantes a punto de terminar sus grados que no saben realmente cómo iniciar un texto, hablado o escrito, sin tanto Chapgepeté ni ocho cuartos. Ni cómo empezarlo ni cómo seguir. Veinteañeros con faltas ortográficas que se enorgullecen de no haber leído un libro completo en su puta vida, incapaces de hilvanar un relato, una argumentación mínimamente rigurosa, una opinión propia y mínimamente profunda, incapaces de empatizar de veras con el adversario y contrastar, no obstante, puntos de vista diversos sobre la base de ciertos convencimientos personales, porque carecen de ellos y se han llevado toda la vida apuntando, en todo caso, aseadas opiniones artificiales, fabricadas por las consabidas Españas que tanto le dolían a Machado y que han repetido como papagayos porque alguien les hizo alguna vez la señal de que eran opiniones aceptables, reutilizables, recurrentes tópicos en un mundo de plástico donde la estética arrasó con la ética y a nadie le preocupa más que cumplir unos objetivos cuyo plan de actuación está previamente trazado.

Combatir ese aborregamiento que hoy cuenta con muchas más armas de integración masiva es el auténtico reto de la Educación, máxime si es la Pública, o sea, la de los hijos de los obreros cuya única esperanza de no aborregarse era, hasta donde nos contaron más o menos en serio, seguir creyendo en la utilidad de lo inútil porque nunca dependeremos de lo que tenemos sino de lo que hemos sido capaces de ser.


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