Ya no recuerdo cómo empezó.
No sé siquiera si fue la Sexta promocionando a Pablo Iglesias; o Susana Díaz pensando que, evocando el fantasma de Vox, conseguiría reeditar la Presidencia de la Junta de Andalucía.
Sé cómo siguió, cuando Pedro Sánchez extrajo la momia de Franco y lo ha culminado el PP, negando la cualidad de Hija Predilecta a Almudena Grandes, que no sé qué espera Almeida para dimitir y Luis García Montero, para rechazarlo. Hay premios que distinguen al que los refuta; como expulsiones que retratan –y cuanto me alegro- a quien las alienta.
Es más, despierto hoy y la existencia convulsiona entre Nadal y Djokovic, como si no hubiera otra alternativa o deporte y hasta Carlos Colón, nacido en las entrañas del cielo protector de Tánger, se enfanga en el debate.
España se ha convertido en un lugar tempestuoso. No te pones la mascarilla y pareciera que alguien te acecha en cuanto la cortina del vecino se agita a tu paso; e incluso la cajera de tu Supermercado de barrio, balbucea algo ininteligible solo para ti, mientras revolotea el gas del repelente. Será tu único rastro al salir.
Aquí, hasta el propio Papa Francisco, se ha convertido al comunismo o es demasiado tibio; y las colas ahogan ante el Banco y el Ambulatorio y de lo que solo releva la ensoñación futbolística de cada Domingo y ahora la Copa del Rey.
En 1.937 el Gobierno de España decidió comprar el Guernica de Picasso, un lienzo que evocaba la tragedia de la guerra. Es imposible un retrato de su vida y la nuestra, sin las muescas de lo que has amado. Pero, sobre todo, el pintor malagueño es poesía azul de pinceladas de piel, como ese cuadro en el que una madre pierde a su hijo, mientras merodea la esperanza sobre un quinqué.
Caminas por la orilla de un mar sobre la desembocadura de un río. Nadie se ha molestado en cegar los conductos residuales.
Los pocos paseantes alrededor de lo que fuera un bunker nazi, apenas se reconocerían en los libros de Almudena o Jordi Soler, y se apartan sin esfuerzo, mientras un viento profundo te hiere en lo que apenas queda de lo que fuera una mirada altiva.
Al final del sendero, sin piedras o conchas, de esas que los niños interpretan mágicas, resplandece una luz turquesa que anuncia el fin de otro día más, penúltimo de esta larga Navidad, donde solo han resplandecido los ojos infantiles ante el milagro de unos Reyes, cuyo destino ignorado fue evitar la delación de un niño recién nacido ante Herodes.
Esa luz que es materia, termina agotándose ante una salina. Los granos blancos que se amontonan, son puros, como los que un día decidieron que el Guernica retornara a nuestra tierra. Hoy, esto sería impensable y unos y otros se matarían según la acera.
Pronto España solo se reconocerá por la pertenencia a uno de los dos extremos entre los escasos supervivientes de la pandemia. Y cuando esto pase, -que será pronto-, nadie hallará consuelo en la madrugada, como Picasso, ante la recóndita firma de aquel retrato.