¿Es comprar en Mercadona o en Lidl cosa de pobres?

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26 abr 2021 / 13:06 h - Actualizado: 26 abr 2021 / 14:18 h.
"Opinión","Consumo","Marketing"
  • ¿Es comprar en Mercadona o en Lidl cosa de pobres?

En las sociedades actuales hemos tocado fondo en algunos aspectos y no somos capaces de patalear para lograr salir a flote. Nuestra actitud ridícula, híper materialista, despegada de la realidad que está más allá de nuestras narices y tendente a usar y tirar todo tipo de productos entre un consumo desaforado, nos está convirtiendo en una caricatura que no tiene gracia.

Consumir los productos más caros parece que es lo que aporta clase a las personas. No es lo mismo comer una lata de atún en escabeche comprada en un sitio o en otro. Sí, lo que leen. Antes la cosa se limitaba a la diferencia que una marca proporciona al producto. Daba igual si el producto era peor, sabía más ácido o te sentaba como una patada en el intestino grueso. La marca diferenciaba unas cosas de otras, a unas personas de otras. Pero ya esto (que era estúpido y muy discutible) se ha quedado viejo porque, si compras una lata de no sé qué en un sitio u otro, la diferencia es grande. De hecho, no son pocos (patéticos) los que ocultan que compran en los comercios más famosos por sus precios más baratos. Confesar algo así es el nuevo pecado mortal.

Esto que digo no es nuevo. ¿Recuerdan cuándo la abuela llegaba a casa con un regalo y lo primero que soltaba era que lo había comprado en El Corte Inglés? Aquello era muestra de esfuerzo económico, de búsqueda de gran calidad. Pues ahora eso ocurre con cualquier cosa que se compre en el mercado. A un padre de familia numerosa se le perdona que compre en Mercadona o en Lidl, pero a un soltero que gana pasta se le tacha de cutre y de agarrado. Nuestra idiotez no tiene límite.

Por supuesto comprar en un sitio u otro es una cuestión de comodidad o, si me apuran, de inteligencia. ¿Por qué pagar más por un producto idéntico?

El problema es que las personas creemos ser lo que tenemos y nos hacemos líos. Este es un mal generalizado del que no se libra nadie. Antes o después, las fauces del capitalismo extremo, del consumo brutal e injustificado, atrapa a todos. El problema es tan extraordinario que hasta las vacunas las hemos incluido en esa ruleta consumista tan insolidaria que hemos fabricado en los últimos tiempos. Mientras en el mundo hay países sin vacunas, en los países occidentales nos pensamos qué vacuna poner de entre las disponibles o cómo atesorar el mayor número de dosis para garantizar la vacunación de toda la población (¿cómo es posible vacunar a grupos que apenas presentan riesgo mientras algunos países no pueden vacunar ni a los ancianos ni a personas vulnerables por otras razones?).

No somos mejores si gastamos sin ton ni son; no somos mejores si consumimos cosas caras; no somos mejores si hacemos de la posesión y de un consumo estéril nuestra forma de vida. Todos los sabemos aunque estamos metidos en una espiral absurda de la que tenemos que salir de inmediato. Un último ejemplo: ¿De verdad usted cree que distingue el agua mineral de una marca u otra? Pues los precios pueden llegar a ser hasta un 40 por ciento más altos en un caso u otro. Y así todo.