Me cuentan que una señora de esas de la tele, de las que no trabajan o trabajan a su manera, que es soltando barbaridades por las que le pagan solo por combinarlas con declaraciones casposas de su vida privada, ha dicho en la caja tonta que las tutorías de los profesores son una manera de cobrar evitando las clases, un modo de conseguir un día libre. La tal -como mucha gente, imagino- no sabe nada de la vida de un docente, pero hablar sigue siendo gratis. Evidentemente, no sabe que los maestros, al margen de sus clases, tienen que hacer tutorías con los alumnos y con los padres de estos fuera del horario escolar. Tampoco sabe que esas tutorías las suele fijar el profe pero que siempre tienen lugar cuando les viene bien a los papis. Menos idea tendrá la tal de que, al margen del tiempo de las clases, estas hay que prepararlas porque, al contrario de lo que ocurre en esos programas televisivos, en una clase no valen las tonterías y todo lo que se enseña ha precisado de muchas horas de preparación, más bien años de hincar codos y reflexionar no solo sobre la materia, sino sobre el modo de enseñarla. Evidentemente, la señora será de las que todavía se creen que incluso la educación puede pagarse. Su equivocación es ella misma.
Pero me preocupa que esa equivocación esté más extendida de lo que podemos imaginar en una sociedad que, ante la profesión docente, no siente la esperable admiración de que existan personas dispuestas a dedicarse a enseñar lo que la gente no puede o no sabe a sus propios hijos, sino la miserable envidia de esos dos meses de vacaciones estivales que en rigor es uno y que en el imaginario colectivo se convierte en tres.
Me preocupa que esa equivocación no sea un disparate individual de alguien que ni siquiera vive en este mundo, sino en el virtual de Instagram, porque el ideal generalizado de tanta gente que no hace esas declaraciones pero puede pensarlas no consiste en aprender en clase y en reflexionar sobre lo aprendido en alguna tutoría, sino en aspirar a vivir como esa señora que desprecia sin reparar en ello a quienes están intentado, desde este mundo real, que a sus hijos les quede alguna posibilidad de no terminar como ella, tan empobrecida que solo ostenta dinero. Me preocupa porque soy consciente de que no solo ella, sino mucha gente, piensa barbaridades de la profesión docente porque sigue ignorando que el mundo está hecho de palabras y porque, aunque se hayan topado con malos profesionales en la enseñanza –que haberlos haylos- no ha reparado en que en todas partes cuecen habas ni en que, al margen de ella misma, hay muchos buenos profesionales en lo suyo. Incluso en la televisión.