Los medios y los días

Ese amigo superviviente

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25 may 2023 / 04:00 h - Actualizado: 25 may 2023 / 04:00 h.
"Los medios y los días"
  • Ese amigo superviviente

Cuando yo era un niño, en mi barrio natal de San Vicente (Sevilla) había un corralón de vecinos que habitaban esas personas que hoy llamaríamos vulnerables. Los vulnerables, no simplemente por serlo, son bondadosos por naturaleza. En este caso que narro, de aquel corralón surgieron dos bandas de golfos indeseables, se llamaban los bolitas y los pichurris. No sé si eran gitanos o no, eso me daba igual, el caso es que nuestras madres no nos dejaban acercarnos por aquel corralón, supongo que no pretendían protegernos sino que eran unas repugnantes xenófobas y racistas a las que había que enseñar a comportarse y ser comprensivas con la vulnerabilidad.

Un mal día, algunos miembros de aquellas bandas empezaron a acosarme y a tirarme piedras. Yo estaba solo frente al peligro cuando apareció mi amigo el superviviente con su bicicleta. Mi amigo era unos seis años mayor que yo y empezó a defenderme agarrando su bici para que nos sirviera de parapeto. Una piedra entró por entre los radios de una de las ruedas y le impactó en la cabeza de la que empezó a brotarle sangre. Los vulnerables se marcharon corriendo a refugiarse en su castillo inexpugnable.

Atendieron a mi amigo el superviviente y lo curaron, pero aquella escena se me quedó ya grabada para siempre. Por defenderme a mí él se llevó la pedrada. Los pichurris y los bolitas siguieron haciendo de las suyas, acosaban por ejemplo a las hermanas de otros amigos del barrio. Que yo recuerde, nadie tomó cartas en el asunto. Bueno, menos otro amigo mío que cuando una de sus hermanas llegó llorando a su casa víctima de acoso, agarró un cuchillo y se lanzó escaleras abajo a matar a algún vulnerable. Fuimos tras él y lo detuvimos a tiempo de que hiciera una barbaridad. En la vida suelen ganar los malos, lo otro se lo dejaremos a Hollywood, la fábrica de sueños.

Pasaron los decenios, a mi barrio no lo conoce ya ni la madre que lo parió, es un desierto más triste que un gato mojado. Sus habitantes se encuentran recluidos en sus casas, por supuesto no queda nadie de mis tiempos y el corralón donde vivían los pichurris y los bolitas es un edificio de apartamentos. Sólo hay dos o tres casas sevillanas que se conservan tal cual eran. Una de ellas es la de mi querido amigo el superviviente que su familia vendió en su momento. Mi amigo el superviviente no aceptó esa venta y se iba con frecuencia a sentarse en el escalón o umbral de entrada a lamentar su suerte y a llorar por su paraíso perdido, en el que, en tiempos lejanos, se representaron obritas de teatro protagonizadas por mi amigo, sus hermanos, amigos de él y de sus hermanos y hasta yo mismo estaba allí que como era un mico pero quería participar me daban un papel con el que decir una frase y eso era todo mi protagonismo, menos da una piedra, yo me iba más contento que unos cascabeles.

Alarmado por la presencia habitual de mi amigo el superviviente, el señor que adquirió la casa le propuso a la familia de mi amigo el superviviente revertir la venta. No fue necesario, mi amigo poco a poco se fue alejando del lugar, contra su voluntad, y abriéndose a la nueva vida al margen de nuestro querido barrio. ¿Por qué le llamo el superviviente? Porque empezaron a acosarle las enfermades, sobre todo sus riñones y su corazón que funcionan a duras penas. Diálisis varias todas las semanas con un corazón débil, hubiera o no pandemia Covid-19. Un médico excepcional -de la Seguridad Social- le dijo que era un superviviente. Llamaba a su casa para saber cómo estaba y si se le pasaba la llamada, cuando lo hacía se excusaba. ¿Cuántos médicos quedan de esos? Que levanten la mano. Tiempo después, a ese médico le dio un infarto en su consulta y allí murió, los buenos mueren pronto.

Mi amigo el superviviente sufrió lo indecible con aquella muerte. Pero ahí sigue, con dos cojones y una compañera al lado que vale un Potosí. Ahí sigue, ha visto crecer a sus hijos, se le han muerto ya dos exesposas. Y levanta la mano en señal de victoria porque se empeña en seguir vivo. Mi viejo amigo, sigue ahí, sí, no sea que te necesite para que me defiendas de las pedradas de la vida. Ahora no te las darán todas a ti, sino que yo te protegeré y recibiré algunas.


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