«Ese árbol debe morir»

Image
03 sep 2022 / 10:49 h - Actualizado: 03 sep 2022 / 10:52 h.
  • «Ese árbol debe morir»

Con el pulgar hacia abajo podría ser una cesárea sentencia apócrifa. Sin dedo también es apócrifa y falsa, porque la decisión sin frase ha sido del ínclito alcalde de la ciudad de Sevilla, quien con esta y otras decisiones casi simultáneas como la destruir todos los árboles del Eje San Francisco Javier-Luis de Morales para enterrar el dinero de la ciudad de Sevilla con el tranvía más caro e innecesario y por eso inútil, del mundo, está demostrando desmerecer la confianza puesta en él.

El árbol, como la Catedral, como la Giralda y el Patio de los Naranjos, como los casi cien mil bienes del común apropiados por la Iglesia mediante su inmatriculación por la judaica cifra de treinta monedas, no es de la Iglesia. Ni el árbol ni la plaza convertida irregularmente en atrio desde el año 2004, en que el Ayuntamiento cedió gentilmente la parcela situada ante la Iglesia de San Jacinto con su árbol y zona ajardinada, a petición del párroco, para evitar que gente sin techo pudieran pasar allí la noche, a la intemperie o bajo la protección relativa del árbol, más generoso y protector que el señor cura párroco. La parroquia, poco después, sin encomendarse a entidades divinas ni malignas, valló el recinto dentro del cual quedó el ficus y lo convirtió gratuitamente en atrio del que, desde entonces, se viene considerando propietaria. Todavía no satisfechos, la parroquia pidió al Ayuntamiento que se hiciera cargo del jardincito y el cuidado del árbol, algo a lo que el Ayuntamiento se negó, pues, aunque no había cedido su propiedad, la placita con todo lo que había dentro quedó en manos de la Iglesia a quien, por tanto y por lógica, correspondía desde entonces su cuidado y mantenimiento.

Consecuentes con su deseo de endilgar al Ayuntamiento un bien disfrutado exclusivamente por ellos, y al mismo tiempo también con su norma de disfrutar sin coste, hasta el año 2017 el árbol no recibió cuidado alguno. Se salvó porque, una vez alcanzado su porte, el ficus es una especie dura capaz de sobrevivir sin más riegos que los de la lluvia. Tampoco contó con poda alguna en sus ciento diez años de vida, hasta alcanzar los veintiocho metros de altura que contaba en el momento de decidirse la tala. La falta de cuidado provocó que hace unos años una rama de gran tamaño cayera a la calle San Jacinto, hirió a seis personas, una de las cuales quedó tetrapléjica. El caso está todavía en los juzgados pendiente de resolución, resolución que, debemos discernir, deberá hacer responsables del accidente a quienes tenían el deber y la obligación de cuidar el árbol y podarlo con regularidad precisamente para dirigir su crecimiento y evitar este tipo de problemas. Pero el árbol no es culpable ni se le puede infligir castigo alguno por esta o similar causa.

No es culpable porque el árbol no se puede podar a sí mismo. Es responsabilidad exclusiva de quien lo tiene en su poder, legal o ilegalmente. El árbol es un ser vivo pero inmovilizado aunque no le quepa la definición de inanimado porque sí tiene vida. Talar el árbol no es la forma de resolver el problema de que puedan romperse ramas. La solución está en podarlo de forma adecuada y regular. Y, si no se quiere asumir el trabajo y la responsabilidad correspondientes, lo mejor, lo más lógico, lo más honrado, es no apropiarse de ninguna manera y bajo ningún concepto de ningún espacio público. El sólo hecho de posesionarse de él, ya sea por compra, por cesión o por decisión propia contra derecho, le compromete a cuidar ese espacio. De la misma manera que si un día, por desgracia, se callera una teja o un ladrillo, no se derribaría la Iglesia para evitar nuevos accidentes, de la misma forma no es procedente desarraigar un árbol, pues la caída de la rama no se produce como consecuencia de su existencia, sino de la falta de cuidado.

Estamos despertando a una realidad desagradablemente alucinante: la apropiación indebida de casi cien mil bienes del común por parte de la Iglesia católica. Eso la hace responsable, también, de su conservación, al menos hasta su devolución al común, a todas las personas únicas propietarias de esos bienes. Pero hasta el momento en que sean devueltas, la responsabilidad de su mantenimiento es exclusivamente suya.

Ya es hora de que devuelvan la placita aún sin nombre, situada ante la iglesia y apropiada por el procedimiento de hacerse dueños sin más, igual que se deben devolver todos los bienes inmatriculados, como la Catedral, la Giralda o el Patio de los Naranjos.