Pasa la vida

Ese señor del que usted me habla

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
26 dic 2020 / 04:00 h - Actualizado: 26 dic 2020 / 04:00 h.
"Música","Crisis","Fondos","Pasa la vida","Premios Princesa de Asturias","Política","Zarzuela","Medios de comunicación","Rey Felipe VI"
  • Ese señor del que usted me habla

El liderazgo se ejerce y se valida con el ejemplo de los hechos mucho más que con el uso de las palabras. El mejor discurso que hasta ahora ha protagonizado Felipe desde su llegada en 2014 a la Jefatura del Estado es su conducta. Tanto pública como privada, muchísimo más ejemplar que la de su padre. Incomparablemente más constitucional, más profesional y más aburrida. Y ello no solo es motivo de satisfacción para su madre, sino para la mayoría de la ciudadanía, tenga querencia republicana o monárquica. Por eso las dos recientes encuestas realizadas desde instancias públicas y privadas alineadas con el republicanismo (el Centro de Investigaciones Sociológicas, estatal, que capitanea el dirigente socialista José Félix Tezanos; y La Sexta, la cadena privada de televisión más proclive a incorporar a su audiencia a los simpatizantes de Podemos) revelan que sube la valoración sobre la ejecutoria del actual rey y que es irrisorio el porcentaje de españoles interesados en someter a debate la continuidad o no de la monarquía. Y conforme Felipe se parezca como Jefe de Estado cada vez más a los profesionales y aburridos presidentes de repúblicas como la alemana, la finlandesa y la portuguesa, más difícil será que predomine en la población española el deseo de sustituir el modelo de mayor representación institucional de la nación. Igual que no existe esa preocupación entre los suecos, daneses y noruegos. Tienen decenas de retos mucho más trascendentales. Como nosotros.

Los mejores discursos pronunciados por Felipe VI son, sin duda, los que encarna cada año en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias. Tienen más fundamento intelectual, más carga política y más espíritu de liderazgo que los realizados para la cita televisiva de Nochebuena. En 2020 ha sucedido lo mismo. Incluso cuando en amplios sectores de la opinión pública existía el deseo de que se significara en hablar sobre la ominosa actitud con los dineros perpetrada por su padre y predecesor. Ciertamente, debería haber incluido, y enfatizado, que el poder no puede ser utilizado para la impunidad y para enriquecerse mediante el tráfico de influencias. Pero prefiero un rey que hable poco pero que ha tomado decisiones tan importantes como quitarle cualquier asignación presupuestaria de fondos públicos a su padre, pese a ser un ex jefe de Estado, y además expulsarle del Palacio de la Zarzuela para forzarle a alejarse de España aunque sea un octogenario de salud renqueante. Mil veces mejor eso a tener un monarca muy campechano, popular y hablador como Juan Carlos, cuyos discursos navideños sobre la ejemplaridad, ante el escandaloso caso de su yerno Urdangarín, y cuyo mensaje para pedir perdón tras destaparse su despelotado tren de vida con Corinna, fueron hipócritas cortinas de humo con el fin de tapar su costumbre de saltarse las leyes y de acumular dinero a través de testaferros, incurriendo en impresentables tejemanejes que algunos de ellos, amén de su tinte inmoral, tienen visos de ser considerados delictivos.

Para cualquier otra vertiente comparativa, no olviden otros dos factores. Uno: Juan Carlos gozó de impunidad porque durante décadas era tabú dar a conocer sus andanzas. Felipe, aunque quisiera, no tiene ese as en la manga, pues afortunadamente dicha ley del silencio se volatilizó, y hoy en día existen varios medios de comunicación que organizarían campañas contra él y la corona en cuanto dispusieran de información comprometedora. Solo puede perdurar en el trono si es un jefe de Estado ejemplar. Y dos: ningún partido político está dando ejemplo de autocrítica. Para más inri, provocan la judicialización de muchas situaciones como huida hacia adelante con el fin de postergar durante años la decisión de depurar responsabilidades políticas. Y mimetizan hasta extremos ridículos en sus comparecencias públicas no llamar por su nombre y apellidos a quien simboliza un asunto reprobable o comprometedor. Recurren a todo tipo de elipsis para que de su boca no salgan los sustantivos evidentes. Los del PP tienen prohibido decir 'Bárcenas' o 'Gürtel'; los independentistas catalanes no recuerdan las palabras 'Jordi Pujol', 'caso Palau de la Música', 'tres por ciento'; los ministros socialistas tienen etapas en los que resulta imposible que digan 'Otegi'; los de Pablo Iglesias han olvidado el apellido del que era su compañero y abogado, 'Calvente'. Todos, cuando están más atascados dialécticamente a la hora de escurrir el bulto en su desmemoria histórica de anteayer, se parapetan en la frase 'ese señor del que usted me habla', que es el colmo de tomar al pueblo por tonto. Como la reputación de Juan Carlos de Borbón se ha esfumado y está provocando una crisis institucional, puede que en el próximo borrador de discurso regio enviado a consulta a La Moncloa, para referirse a él sin citarlo se incluya la expresión 'ese señor del que todos hablan'. A lo mejor en el Gobierno se despistan y le dan el visto bueno.