El estado de España es alarmante. De mascarada más que de mascarillas. Seguimos empecinados en ser, de largo, y a la vez, el peor país de Europa en contagios y fallecimientos por coronavirus, y el que sufre mayor desplome de la actividad productiva y comercial. La segunda ola de la pandemia también tiene forma estadística de altísima curva. Nos va a golpear de nuevo muy duro en los dos costados, el de la salud y el de la economía, por la velocidad que ha cogido en su crecimiento a consecuencia del erróneo exceso de confianza a la hora de planificar la gobernanza del verano. Así, confundiendo la calma chicha con el círculo vicioso, y como no hay dos sin tres, hemos comprado todas las papeletas para ser también los peores en organizar la reapertura de los colegios, institutos y universidades. La E de España nunca ha sido la Educación como seña de identidad. Hemos tenido que arreglarnos la vida a pesar de ese histórico desdén. La madre de todas las pobrezas.
En otros países de la Unión Europea toda la política y la sociedad se ha arremangado para garantizar el retorno a la enseñanza presencial y contribuir a que los alumnos estén más protegidos respecto al virus en los recintos escolares que en cualquier otro entorno de socialización. En España es justo al revés. No hay debate sobre la presencia de los niños y adolescentes en centros comerciales, donde se está en muchos espacios techados, en contacto con objetos y poco distanciados del prójimo (tiendas, veladores, aseos, ascensores, parkings,...). Pero hay miedo escénico a la convivencia escolar. Incluso a llevar y a recoger a los niños junto a la puerta del colegio. No creo que los padres alemanes o portugueses quieran menos a sus hijos que nosotros. Quizá saben protegerlos mejor consiguiendo que les gobiernen personas más capacitadas y que asumen sus responsabilidades de gestión para, en lugar de esconderse, afrontar los problemas por muy complicados que se tornen. La izquierda portuguesa y la derecha alemana están dejando en evidencia que en España el nivel es de suspenso rotundo tanto en aptitud como en actitud.
Millones de españoles cívicos, laboriosos y comprometidos van a tirar del carro para sacar de nuevo a España del socavón a pesar de una lamentable y pertinaz ceremonia política de la confusión, trufada de episodios nacionales que merecen un Galdós glosándolos para configurar en serio la memoria histórica. El Jefe de Estado tiene en su padre al principal agente de desprestigio contra la reputación de la monarquía y de la nación. El ex emérito ha agudizado la crisis institucional al elegir Abu Dabi como su lugar de residencia, en contra de lo que le conviene al Rey y a la Marca España. En el Estado de las Autonomías, el presidente quiere desmarcarse de su competencia para aplicar medidas excepcionales allí donde haga falta ante una crisis de salud pública, lo solicite o no quien dirige esa comunidad, le convenga o no a los intereses partidistas del gabinete regional. En el Gobierno, Podemos le hace la oposición al PSOE en el Consejo de Ministros filtrando las discrepancias incluso cuando la reunión se está celebrando. En el Parlamento, Vox presenta una moción de censura para hacerle la oposición al PP más que a la coalición que invistió presidente a Pedro Sánchez.
Y en esas estamos cuando en todo el mundo se le da cancha noticiosa al adiós de Messi al Barcelona. El mito de La Masía se independiza de Cataluña. Portazo del futbolista con mayor regularidad de rendimiento al máximo nivel en toda la historia balompédica. Vestido de azulgrana sobre el césped desde los 13 años, se va a los 33 cuando ni él puede evitar que su casa futbolística, donde quería culminar su carrera, decaiga tanto como todo el sistema político, económico y social catalán, cada vez más basado en engañarse a sí mismo. En decirse que son los mejores cuando gestionando van a peor hasta extremos desastrosos. El Barça es más que un club y los independentistas más disparatados lo quieren controlar como sea. Su terreno de juego no es la Champions sino la Diada. Ahí no le mete cuatro goles el Liverpool ni ocho el Bayern de Munich. Solo son competitivos para luchar por el control de la junta directiva. Y la dupla Puigdemont-Torra tiene la poca vergüenza de ir a la tumba de Antonio Machado para manipular su idea de España. Cuánto daño nos está causando este delirio nacionalista, fortificado por el control que ejerce del sistema educativo para ser identitarios y no para ser libres.