¿Está mal vacilar de tus vacaciones?

Image
13 jul 2021 / 08:21 h - Actualizado: 13 jul 2021 / 08:32 h.
"Opinión"
  • ¿Está mal vacilar de tus vacaciones?

TAGS:

Hay gente que se asusta con las siguientes cifras: «Sobre una muestra de 9.500 jóvenes entre 16 y 30 años, el 89 por ciento afirmaba necesitar taxativamente el compartir sus vacaciones en las redes».

Estos datos (y los que van a seguir) parecieran que son una muestra inapelable de la vacuidad de la juventud. Parece que los inquisidores de la juventud mediática no hubieran leído nunca novelas sobre el siglo XVIII y XIX donde la preocupación de las familias pudientes era, continuamente, mostrar el éxito de sus vidas, ya fuera por sus ropajes, por sus carruajes o por sus palacios. El mismo estudio de Cambridge afirmaba que «el 83 por ciento de los jóvenes sentía cierta ansiedad al ver las stories y las fotos de amigos o de gente a la que seguía». La envidia (que ha sido un potente motor de la Humanidad) se ha dado en todos los tiempos y clases sociales (recuerdo cuando viajé a La Pintana, una villa mísera a las afueras de Santiago de Chile, y vi cómo los hombres portaban enormes sables de metro y medio que se fabricaban a la salida de la cárcel ya que sus carceleros, desde los tiempos españoles, hacían guardia con un sable como ese. O sea, envidiaban e imitaban lo que tenía el superior). Sólo que hoy en día se puede mostrar por las redes. Antes, los ricos paseaban por entre la multitud en sus calesas.

El estudio continúa señalando que «el 68 por ciento de los jóvenes afirmaba estar más atento a poder compartir sus experiencias que a disfrutar de la experiencia». Yo entiendo que disfrutan de la experiencia de compartir sus experiencias. A mí siempre me ha sorprendido la necesidad humana de compartir nuestras experiencias. Desde el absurdo «Qué bonito», que endosamos a nuestro acompañante en un museo, pero que necesitamos imperiosamente; hasta las mil veces que en un viaje insistimos a nuestros acompañantes que están viendo lo mismo que nosotros con un «Mira, mira». Compartir por las redes no puede ser demonizado. Es, para mí, un acto de amor. Sí, lo digo claramente: me he emocionado con algo y quiero hacer partícipe a mis amigos y conocidos de ese algo por si eso pudiera ayudar a mejorar sus vidas. Puede sonar a vacileo enseñar tus fotos en Las Vegas o en el Hermitage, pero, y aquí es donde viene la reflexión filosófica, existen dos opciones: la de raíz protestante (intentar ser ejemplarizante para tus congéneres) o la de raíz católica (ser humilde y recatado y guardar en silencio tus pequeños logros). Los primeros sirven para animar a otros a «hacer», emular, envidiar y actuar; los segundos pueden que se ganen el cielo de los humildes tras su muerte si tal cosa existe, pero poco más.

Adoro el mundo en constante movimiento. He visto a jóvenes atreverse a estudiar en el extranjero en épocas difíciles y cómo han servido de atractivo para que otros se animen a hacerlo, y hoy miles, millones de jóvenes, se mueven por el mundo compartiendo experiencias y conocimientos. Si los primeros no hubieran compartido con sus vecinos la pasión de viajar y conocer, las sociedades se habrían ido haciendo cada vez más endogámicas. No me cabe duda alguna de que las redes sociales están sirviendo para motivar a nuevas experiencias a gente que jamás se habría atrevido a realizar determinadas proezas. Los primero en hacer algo son unos héroes, los segundos y siguientes normalizan lo que antes fue exclusivo.

Un tal Ian Curtis (o con tal pseudónimo) dice en las redes que esta actitud de los jóvenes de la obsesión por compartir en las redes sus momentos excepcionales de vacaciones son «la despersonalización absoluta de la experiencia». Y añade que le molesta ese «compartir momentos que en realidad son olvidados al cabo de un tiempo». Todas las experiencias son así: ¿O alguien recuerda con detalle los mil polvos que ha echado en su vida o cada paseo de la mano que tuvo con su novia o cada cena con amigos? El tipo dice que le parece mal que esos instantes «solo importan por el impacto que causan en los demás, no por el que causan en el que los vive». Pero es que somos seres en sociedad y ¡por supuesto que es valioso compartir! Mucho peor es el egoísmo, el solipsismo, de disfrutar de las cosas para uno mismo.

(Bueno, esta gente protesta por todo porque creen que protestar es guay, y algunos incautos aplauden su deseo de no compartir nada con nadie. Son los que valoran el apartarse al desierto a meditar con uno mismo, a buscar el yo en el presente inmediato, ¡como si pudieran alcanzar ese presente sin tener en unos minutos deseos: hambre, satisfacer necesidades básicas, proyectos).

Luego, el tipo entra -creo que sin querer- en otro tema escabroso: la forma. Critica el «convertir cada salida, cada cena, cada viaje, en un spot publicitario. Enseñar solo lo mejor (o lo que se cree que es mejor) de cada vivencia, ocultando todo lo que creen que sobra y lo que es peor». Perdone usted, pero usted se levanta y se lava la cara, no se deja las legañas puestas; usted se ducha, no va oliendo por ahí como la naturaleza desee; usted se peina y se viste, no se pone lo peor que tiene, se arregla según la imagen que quiere dar. ¡Y esto se ha hecho a lo largo de toda la Historia! ¿Qué vamos a hacer?, ¿enseñar nuestras mollas batientes, nuestra magra hechura (como se hace ridículamente en los chiringuitos de playa), nuestros pies llenos de mugre? No, oiga, nos arreglamos un poquito, nos preocupamos por no desagradar a los otros. El egoísta que le importa un bledo si molesta con su olor, con su forma o con su ropa a los demás, pues es eso: un egoísta, un tipo que no aporta algo positivo a la sociedad.

El Ian Curtis este termina, como no, mostrando el credo del pesimismo: ¡Vivimos en el peor de los tiempos habidos! Dice: «La vida está alejándose más que nunca de la realidad, para convertirse en una retransmisión». ¿»Más que nunca»? ¿Imaginan las tensiones de la sociedad galante del siglo XVIII, las preocupaciones de la aristocracia o simplemente las críticas de los pueblos a los chicos y chicas que salían los sábados a pasear?

«Las personas se convierten en actores», sigue diciendo el cenizo. Pues sí, ¿qué cree que somos?, ¿cuál es la alternativa? ¿Cuál ha sido la alternativa en sociedad a lo largo de la historia desde que los animales humanos decidieron unirse y colaborar, para evolucionar?: representar su papel. Es que lo contrario, que imagino que es hacer lo que le dé la gana a uno, va contra el Contrato Social. Esta, en definitiva, es una filosofía de pijos, críticos de salón, que como se han acostumbrado a que el Estado del Bienestar se lo dé todo, creen que pueden recibir sin aportar al bien común. Por supuesto que, como dice el texto que critico, son «Actores de una obra que solo importa si tiene espectadores». Si estuviéramos en una isla desierta no importaría que no nos laváramos ni compartiéramos con nadie las puestas de sol (aunque Tom Hanks en 'Náufrago' se tuvo que inventar a «Wilson» para poder compartir con él su experiencia). La «felicidad más triste de la historia de la humanidad» no es la de nuestros jóvenes que comparten en redes, (como dice el twittero en las redes), sino la de los que se apuntan a la soledad, a quedarse con todo para ellos, a los ególatras ilustrados que leen, visitan museos, oyen conciertos, comen ricos platos, para sí mismos sin deseo de compartir.

Compartan, que —no lo olvidemos— no obligamos a nadie a leernos en las redes.

Yo, por cierto, me voy a Islandia en agosto.