Coronavirus

Esto no es un concurso

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
09 may 2020 / 09:59 h - Actualizado: 09 may 2020 / 10:01 h.
"Viéndolas venir","Coronavirus"
  • Fernando Simón. / EP
    Fernando Simón. / EP

Una cosa es la ilusión y otra, que nos engañemos. Una cosa es el afán de salir de esto cuanto antes y otra la falta de responsabilidad. Una cosa es que algunos políticos se pasen de listos sin tener ni puñetera idea de nada y otra que todos tengan que luchar obligatoriamente por un puñado de votos que tan largo se lo fían. Una cosa es que en cada esquina nos encontremos con un epidemiólogo con doctorado de la tómbola y otra que los sanitarios con criterio nos tengan que tocar las palmas ahora a nosotros por nuestro inútil optimismo. Vacuna no hay, y los muertos y los contagios han descendido solo porque un estado de alarma nos ha obligado a estar en casa durante 50 días. Si ahora vuelve la fiesta a la calle y el personal asume que esto ha pasado ya, volveremos pronto a la casilla de salida. Y entonces, mientras no tengamos más remedio que resignarnos, muchos políticos volverán a sacar tajada de la costra de miseria que será principalmente nuestra. Y no habremos aprendido nada. Absolutamente nada.

Pero es que esto no es concurso, como unos creen y otros se dejan hacer creer. Circula tanta estupidez por doquier, que incluso quienes se creen líderes de algo tratan de liderar un entusiasmo bobalicón por pasar de una fase a otra, o se incomodan por no haber pasado de fase, tal vez porque piensan que andan en un videojuego, o que esto es solo cuestión de que unos partidos les hagan la puñeta a otros en cierta realidad virtual, en función de dónde gobiernen, como si las decisiones sanitarias fueran en realidad macabras conspiraciones políticas, como si ya se nos hubiera olvidado por completo que estábamos tratando de salvar vidas y ahora, de repente, todo el afán fuera salvar negocios particulares, o el gran negocio de que algún partido triunfe por encima de los demás al hacerse el salvapatria de sol y playa, que ya pica fuerte a mediados de mayo.

Hemos pasado en solo una semana de los aplausos en los balcones a los paseos sin mascarillas, de llegar muy tarde a querer salir temprano, del miedo apocalíptico a la ingenuidad en el país de las maravillas, de exigir tests para todo quisqui a que todo quisqui tenga que tener derecho a dar carpetazo a este mal sueño del que ya está bien, total, ya hemos cumplido. De modo que ya no es cuestión de que el confinamiento, el estado de alarma, las mascarillas, los guantes y la distancia interpersonal sean imprescindibles para seguir ganando batallas en una guerra larguísima, sino de que todo eso ya ha pasado de moda y ahora lo único que interesa es la competencia por no perder días en la desescalada, en no hacer el ridículo quedándonos en una fase mientras los demás avanzan a la siguiente. En puridad, no nos deben extrañar estos bandazos en una sociedad que ha alimentado esa peligrosa falacia, desde los más elementales cimientos de cierta pedagogía ñoña, de que no debe aprobar quien demuestre nuevos conocimientos, sino quien jure con lágrimas en los ojos que se ha esforzado muchísimo.