Los medios y los días

Exámenes, universidad y desolación

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13 feb 2021 / 04:00 h - Actualizado: 13 feb 2021 / 04:00 h.
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  • Rectorado de la Universidad de Sevilla. / El Correo
    Rectorado de la Universidad de Sevilla. / El Correo

Después de todas las protestas estudiantiles contra los exámenes presenciales por el momento se están desarrollando con normalidad. Los alumnos aseguraban que no lo hacían porque quisieran aprobar y hasta se mostraban preocupados por nuestra salud, la de los profesores. Por mi parte les estoy muy agradecido pero no los creo, lo siento. Nunca creí tampoco en los exámenes tal y como se desarrollan en la universidad, ni cuando era estudiante ni ahora que llevo treinta años en la docencia y en la investigación universitarias. Sin embargo, la dispersión y masificación que llevan caracterizando a la universidad española desde hace demasiado tiempo dejan pocas salidas. Eso de explicar una materia y luego pedirle a los alumnos que me digan lo que ya sé no me parece que deba llamarse examen. Falta algo: comprobar directa y personalmente si estoy realmente ante un estudiante universitario que se ha matriculado no solamente para aprobar sino para aprender y enseñar a su profesor porque leí una vez una normativa de la Universidad de Sevilla que decía que la calidad de la docencia tiene mucho de colaboración profesor-alumno. No sé si seguirá existiendo tal idea en las normativas ya que cambian más que el aspecto de una modelo en un desfile y no siempre cambian para bien sino para liar más a los receptores.

Por fortuna, y aunque me entraban unos tremendos nervios, cuando estudié Geografía e Historia en la US, en los años 70, en aquellos tiempos en que no existía selectividad y la Facultad de Geografía e Historia estaba masificada, he tenido la suerte de someterme a exámenes orales y otros de reflexión personal sobre la base de distinta documentación que debías llevar en la cabeza para construir tú mismo el contenido de la prueba. Me examiné oral de Historia de la Filosofía con el profesor Mariano Peñalver y con su hermano Patricio, me examiné oral de Geografía Humana y Física con el profesor Rubio Recio, me examiné por escrito con pruebas de muy larga duración, en las que teníamos que construir una especie de ensayo a partir de una pregunta, con los profesores Álvarez Santaló y Alfonso Lazo. Hasta pedíamos permiso para echar un cigarro en el pasillo y luego entrar y seguir escribiendo. Ahora, cuando compruebo el retroceso hacia la adolescencia y los mimos de no pocos alumnos me acuerdo de aquello pero no lo suelo manifestar porque el alumnado por regla general es noble y existe una minoría muy competente algunos de cuyos miembros sufren eso que llamo marginación por arriba, algo propio de una sociedad tecnocrática y narcisista.

No es normal que tenga en mi lista del último curso del Grado en Periodismo casi setenta alumnos. Hay cuatro grupos en ese cuarto y último curso, esto, es, casi trescientos alumnos vamos a mandar casi todos ellos a las filas del paro, prácticamente el mismo número que entra en primero de carrera sale a la calle en cuarto curso con una formación para el mercado sobre la que habría mucho de qué hablar y lo haré si es necesario porque soy funcionario público y me debo a los ciudadanos que me pagan mi sueldo para que los prepare con vistas a un empleo. Y amplio el asunto: casi trescientos alumnos graduados en periodismo; sumen ahora los graduados en comunicación audiovisual, en publicidad, y los del doble grado periodismo-comunicación audiovisual. Busquen mercado para todo ese personal y para todos los que egresan con los mismos títulos en toda España.

Los exámenes son necesarios, por supuesto, ahora bien, quién pudiera saberse los nombres, vida y milagros de todos los alumnos de una clase para llevar a cabo una evaluación global de una persona. Pero no es posible, al menos en mi caso, aquella vieja canción de mis tiempos del cantautor Manolo Díaz llamada En la universidad sigue en gran medida vigente. Empezaba diciendo: “Por una puerta grande, la gente entra y sale, nadie se conoce en la universidad”.

Personalmente, ya he desarrollado exámenes online, en junio, septiembre y diciembre de 2020. No tienen porqué ser una forma más fácil de aprobar, a veces es al revés, yo he permitido que cada cual utilice en sus casas apuntes y la documentación que desee para responder a lo que preguntaba y el resultado en junio fue decepcionante: un treinta por ciento de suspensos, aproximadamente. El problema es otro más hondo: la gente joven está asaltada no sólo por un hastío lógico dadas sus perspectivas vitales sino que si echamos mano de algunos datos nos damos cuenta de otro asalto, el del mundo digital, la adicción a las pantallas que se incrementa en un estado de alarma por pandemia donde el joven no pudo salir de su casa.

¿Estarán estudiando mis alumnos según las orientaciones y contenidos que les he dado y que tienen a su disposición en la plataforma de enseñanza virtual de la US?, me preguntaba en la pasada primavera de 2020. Y a continuación pensaba en la cruda realidad: a) Un desengaño vital importante e inquietante, con razón; b) Casi el 100% de los jóvenes de 19 a 21 años tienen alguna cuenta en redes sociales; c) Casi el 90% las utiliza varias veces al día; d) Sólo Facebook registró desde marzo 1.000 millones de sesiones al mes y en mayo sólo la “recién llegada” Tik-Tok contabilizó unos 60 millones de sesiones.

Sumen a eso un tiempo para el wasap, otro para actuar interactivamente con TV a través de series y películas y háganse esta pregunta: ¿Cuándo estudian de verdad los jóvenes? ¿No hay que tener una voluntad de hierro para superar estas tentaciones tan seductoras para todos, en especial para los jóvenes? ¿Qué haríamos nosotros, los ya entrados en años, frente a tentaciones como las presentes, si fuéramos jóvenes? Es una situación gravísima para el conocimiento académico la que tenemos encima, si pensamos que todo lo anterior no se suele utilizar precisamente para prepararse los exámenes.