Exposición de David Panea en el museo Pérez Comendador-Leroux

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31 jul 2020 / 07:32 h - Actualizado: 31 jul 2020 / 07:34 h.
  • Exposición de David Panea en el museo Pérez Comendador-Leroux

Hace falta tener muchísima fuerza de voluntad -voluntad de expresarse o lo que es lo mismo de vivir hoy día- dedicándose a algo tan sutil como es el arte. Tal vez –o sin el tal vez- esto mismo dicen los poetas, los filósofos, los matemáticos, los diseñadores, todos aquellos que no están en la pomada del sistema, no hacen corte, ni despachos, ni pasillos, ni siquiera conocer el organigrama del Ministerio de Cultura, ni los de la Junta de Andalucía o de Extremadura, o el del Ayuntamiento por poner tres ejemplos representativos de donde se cuece el bacalao y no me imagino precisamente a DAVID PANEA, saliendo en la foto de esos saraos mitad relaciones públicas, mitad políticos, mitad feria de vanidades.

Por eso su pintura tiene tanta fuerza, porque parece representar -aunque tampoco lo es- un verso suelto, alguien que va por libre al margen de las modas, los museos, los centros de arte. Por eso sorprende que lo haga ahora y en un lugar tan representativo para el Arte Contemporáneo, como es el Museo Pérez Comendador y su mujer, la extraordinaria pintora MAGDALENA LEROUX, aunque puede que se deba a la invitación ineludible por parte de su Director, CÉSAR VELASCO MURILLO y por la del ¿cómo definir al polifacético? MICHEL HUBERT LEPICOUCHÉ.

Tampoco quedan ya muchos mecenas, y los que quedan parece que tienen sus asesores en plantilla, sobre todo financieros y están más atento a la cotización de los autores, a su rentabilidad a largo y corto plazo y a la inversión que han hecho, que a lo que verdaderamente les emociona y atrae del arte.

Exposición de David Panea en el museo Pérez Comendador-Leroux

Por eso escribo hoy de DAVID PANEA: porque es un lujo hoy día contar con la presencia de un autor de tanta categoría humana y plástica como es/como son sus obras.

Porque no me resisto a disfrutar, compartir, emocionarme con toda la serie de paisajes que ha traído a la Sala Eduardo Capa donde se celebra -aunque la celebración en realidad tuvo lugar mucho antes- puede que en los días de su infancia, o cuando regresó a estos idealizados e idílicos y no obstante para nada bucólicos paisajes de esa Arcadia personal, porque son agrestes, salvajes, manifestado en las rocas y la vegetación de ribera, donde cualquier intento por humanizarlo o canalizarlo parece fútil, en unos recodos donde lo que prevalece son los saltos del agua, los meandros de su siempre añorado río Ambroz y El Charco de los Perros, el mundo vegetal de árboles, troncos, floresta, los diferentes tonos del amarillo, azul, grises, verde,...trazados en diferentes direcciones e intensidades sobre la superficie de sus grandes óleos o sobre los papeles de mediano formato que constituyen su flora.

La exposición que se ha inaugurado el 25 de este mes que se acaba y que concluirá el 25 de Septiembre en la bellísima localidad cacereña de Hervás, supone un canto de exaltación de la plena naturaleza. Un canto con reminicencias antiguas (desde Apeles a los plenairistas del XIX,...) tanto en pintura como en su unidad con lo que nos vincula a ella.

Y sí, estoy de acuerdo con quienes le han presentado –CÉSAR y MICHEL- son paisajes interiores, estados de eso que puede llamarse espíritu o quien sabe qué.

Y lo hago porque DAVID PANEA es un trabajador infatigable, que necesita la pintura como el aire que respira, y también la docencia, ese acto de generosidad que significa trasmitir a los otros lo que se sabe.

Lo hago, porque además durante algún tiempo tuvo en su estudio una Galería –que no podía llamarse de otro modo tan decimonónico como Salón Crisol- donde daba a conocer y difundiendo el trabajo de otros artistas, famosos o no, porque lo importante no es eso, sino la profundidad de la intención y de la mirada.

Lo hago porque me parece que debería estar o ser mucho más reconocido, aunque a partir de ahora, habrá que tenerlo más en cuenta.

Lo hago porque pintarse hoy día una exposición completa con algunos lienzos de grandes dimensiones, es otro lujo y no sólo porque estamos en tiempos de pandemias.

Lo hago porque para muchas personas es el propio arte el que sigue siendo un lujo prescindible y no entienden que es una necesidad vital, se exponga o no, se venda o no, se acuerden de él (o de ella) los periodistas y comentaristas de arte en los medios.

Lo hago porque me parecen injustas muchas cosas, como el que el CAAC no se (nos) abra a esa mayoría silenciosa, cuando tantas y tan buenas exposiciones –que no tienen por qué ser caras- pueden hacerse individuales y colectivas, repasando generaciones y promociones que van quedando en el olvido.

Exposición de David Panea en el museo Pérez Comendador-Leroux

El Arte religioso –carteles para cofradías, imágenes para retablos, ...- sigue teniendo afortunadamente encargos, aunque muchos lo consideren anacrónico, lo siguiente a lo ya visto, etc., pero al fin y al cabo y aunque para gustos los colores.

Pero el paisaje, ¡ay, amig@! Eso ya es otra cosa.

Pintura que hasta cierto punto sigue los preceptos tanto de la materia como de la técnica, y pintura orientada fundamentalmente al paisaje, uno de los reductos del Arte en Libertad. Y ese también otro de los verdaderos lujos que nos quedan.

Lo hago, porque estoy cansada de que alguien diga que la pintura –y en general el arte actual- no se entiende, como si los lienzos de DAVID PANEA requiriesen de diccionarios para comprender las claves ocultas. Claves hay, y ocultas, por supuesto. Para eso vamos a verlas.

Escribo de DAVID y en general de muchos autores, porque alguien me dijo alguna vez que los artistas somos los inútiles en una sociedad que lo que necesita es comer. ¿Entonces?, ¿qué comen los artistas?

Lo hago porque me gusta muchísimo lo que hace DAVID PANEA, y él como persona, porque veo su esfuerzo en cada obra, por seguir adelante, por ser fiel a sí mismo y a su familia, uno de los pilares básicos en este mundo cada vez más egoísta.

Lo hago porque hay que tener valor de gastarse el dinero en lienzos, pinceles, óleos, acrílicos, carboncillos, pasteles y papeles, y ponerse frente a ese vacío que llenará de árboles, rocas, flores, ....y pintar, pintar, pintar, por el placer de pintar. Por el placer de vivir, de que vean lo que hace, de que nos veamos en sus obras también con los veranos de la infancia.