Justo ahora que, más que nunca, podemos celebrar esto o aquello alejados del materialismo más brutal que el ser humano ha conocido en toda la historia, no festejamos con la fuerza necesaria las cosas importantes.
He buscado en las redes sociales, he tratado de localizar imágenes nuevas en la Internet recordando a las madres; aquello que hiciera parecer este 3 de mayo un día especial, y no hay gran cosa, la verdad. Hoy es el Día de la Madre y, salvo las felicitaciones sinceras en los hogares no ha habido gran movimiento comercial, ni ofertas estúpidas y obscenas de colonias a precios improbables, ni anuncios empalagosos en busca del hijo arrepentido. Hoy es el Día de la Madre y los regalos van a consistir, afortunadamente, en dibujos y poemas de los más pequeños, una llamada de los hijos que no pueden pasar el día con los mayores o la felicitación entrañable de los que están cerca. Y ya.
Es posible que las intenciones tan nobles que presiden la vida diaria desde que llegó la Covid-19 se diluyan y se queden en agua de borrajas; es posible que una vez pasado lo peor nos dediquemos a consumir sin ton ni son, a destrozar el medio ambiente sin remordimientos, a correr de un lado a otro sin criterio y a pisotear a otros si es necesario para conseguir un mejor puesto de trabajo. Es posible que la reflexión no sirva para nada cuando la maquinaria se ponga a funcionar con fuerza. Nos olvidaremos de los muertos, de los pobres, de los sanitarios y de las cajeras del supermercado. Seremos lo que somos, sin un terror absoluto entre la yema de los dedos. Ni siquiera habremos aprendido que con mucho menos de lo que consumimos en condiciones normales podemos vivir, que gastamos a lo loco sin pensar que todo lo que nos rodea nos invita a hacerlo sin descanso. Pero siempre quedarán las madres. Hoy las de toda España se acostarán con un poema escrito a mano sobre la mesilla, unas flores de papel sobre la cómoda y un precioso dibujo en la cartera. Sabiendo que la felicidad se logra con muy poca cosa.
¡Feliz día de la Madre a todas!