Flatillos Volantes

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29 nov 2021 / 12:55 h - Actualizado: 29 nov 2021 / 12:57 h.
  • Foto: EFE
    Foto: EFE

No, lo de “flatillos” no es una errata. No, no me refiero al plural del diminutivo de flato en su acepción de “acumulación de gases en el aparato digestivo que produce un dolor fuerte”. El asunto va por el localismo andaluz de flato, que lo define como desmayo. En concreto me referiré al desenlace de una fobia, que sufrimos un buen número de aprensivos (entre ellos, yo mismo), a las extracciones de sangre, a las jeringuillas o a las agujas mismas. Los médicos definen a este temor como tripanofobia, y al desmayo que puede llegar: síncope vasovagal. La fobia a las inyecciones, según el psicólogo Joan Carles Medina, puede encontrarse entre un 5% a un 10% de la población. Es decir, uno ante la sensación de la aguja penetrando las escurridizas venas, se pone blanco como la pared, tiene fatiguita y suda como un pollito.

Yo, como digo, soy uno de los muchos que luchan por vencer este miedo y por salir de la consulta de extracciones como lo haría un torero ovacionado por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Sevilla, tras una faena memorable.

En concreto les voy a regalar con algunas experiencias mías. La semana anterior a la señalada fecha de la extracción en el calendario, me la paso “reflexionando” sobre el mismo asunto. Llega el día “D”. Casi sonámbulo, acudo al centro de salud donde trabajo, me encuentro primero con las auxiliares de enfermería que recogen mi solicitud de extracción, y me bromean aquellas porque ya conocen mi predisposición. No pasa nada, se ofrecen a cogerme la manita, y al final, en el mismo momento de sacarme sangre, tengo casi a un equipo multidisciplinar observándome discretamente. El resultado es que unas veces salgo airoso, y otras descanso en una camilla con las piernas levantadas tras el temido trance.

Y sigo. Una vez, siguiendo con el símil torero, fui arrastrado por el albero rojo de una sala de cine, gracias a algunos aficionados, porque me había “impresionado” una secuencia de una película en el que unos personajes se inyectaban heroína. Imagínense la escena.

Pero no soy el único, en estas lides (y conste a mi favor, que estoy superando estos sustos). Recuerdo primero; un médico de mi centro de salud que cuando se sacaba la sangre, lo hacía rodeado de sus colegas que lo abanicaban constantemente. Intentaban con ello, devolverle el color humano. En segundo lugar; se me viene a la memoria la película española Señora Doctor, dirigida por Mariano Ozores en 1974. En esta hay una escena muy particular: la doctora Elvira, encarnada por Lina Morgan, acompañada de su madre, la también actriz María del Carmen Prendes, contemplan a un accidentado que tiene la pierna ensangrentada. La madre grita: “¡mi hija es médico!”. Pero empieza aquella a observar, que la presunta médica empieza a marearse ante la visión de la sangre, y clama: “¡Hija mía que te pones bizca!” Finalmente, en otra parte de la secuencia, aparece una camilla que se acerca a una ambulancia. En la camilla va la misma doctora, y su madre vuelve a gritar: “¡Qué le den un poco de aire, pobre hija mía!”

Para mí, el binomio extracción misma - consecuencia inmediata de esta, pospone un tiempo considerable el interés por el resultado de la prueba (sí, después me avengo a razones más serias). Y me pregunto yo: ¿los que sufrimos el “mareíto”, acaso no procedamos de una raza de extraterrestres que vinieron en platillos volantes hace millones de años, y que tenían otra forma de pruebas para encontrar diagnósticos? Habría que preguntarle a Iker Jiménez, el de Cuarto Milenio. El caso es que hay muchos famosos que reconocen esta aversión. En el Oráculo de Google, como diría un prestigioso columnista de este periódico, podemos encontrar, sobre todo en el mundo anglosajón, personajes a los que probablemente les dé un flato por aquello de las agujas y la sangre. Así, citaría a Harry Styles (cantante del grupo One Direction), Selena Gómez (cantante) , Jackie Chan (artista marcial), el príncipe Harry de Inglaterra, Whoopi Goldberg (actriz)...

¡Pero bueno! Esto de las extracciones, se les podría haber olvidado a los chinos del siglo VII a.c. Miguel Servet se debería haber dedicado más a las cuestiones teológicas que a trajinar con lo de la circulación pulmonar o menor de la sangre. Y por no hablar de que, en la historia de los exámenes clínicos, los primeros laboratorios para extraer sangre, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se podrían haber dedicado a otra cosa mariposa. No se inquieten, para los miedosos de las jeringuillas hay noticias sobre nuevas maneras de extraer sangre u obtener información de ella. Nuevos inventos que parece que son rentables, no solo desde el punto técnico sino por la existencia numerosa de los enemigos de la sangre.

El periódico Abc recogía, en su publicación del 3/2/2015, que el Instituto Tecnológico de Israel había descubierto un sistema para extraer sangre sin agujas. Se trata, en concreto, de un microscopio especial con un dispositivo óptico que proyecta un haz de luz sobre la piel, obteniendo información sobre la sangre.

El portal CONSENSOSALUD/12 AÑOS, en su edición del 9/1/2020, hablaba de que las autoridades sanitarias de Estados Unidos habían aprobado un dispositivo de recolección de la sangre llamado TAP . Este se coloca en la parte superior del brazo y extrae, parece ser, sangre de forma capilar.

Finalmente, que yo sepa, el portal CONSALUD.ES anunciaba, en su impresión del 25/08/21, que un invento español, el PINSOFT, había quedado finalista en un concurso de diseño internacional. La cosa va de un dispositivo para enmascarar el miedo a las agujas (una serie de palillos o spikes que presionan la piel y camuflan el pinchazo real). Al parecer su principal razón de aplicación, es eliminar el miedo a las agujas en la vacunación contra la Covid-19. Y a propósito, vaya paliza con los reportajes de las cadenas de televisión enseñándonos todo el día los brazos arremangados y las jeringuillas prestas.

No sé si estos inventos serían asequibles en España o fiables totalmente para la comunidad científica. A veces detrás de un maravilloso invento, hay una terrible necesidad de lucro. No nos vaya a pasar como el fraude de la empresa privada norteamericana Theranos, creada y desarrollada, en buena parte de nuestro presente siglo en Silicon Valley, por la jovencita Elizabeth Holmes. Su negocio llegó a estafar a sus accionistas en más de 1.400 millones de euros, con un “sistema revolucionario para realizar análisis de sangre con una pequeña punción en el dedo”. La máquina fue bautizada como The Edison, pero no funcionaba...

Así que seguiremos soñando, los “anti-extracción” con un mundo sin agujas. Mientras, una conversación amistosa con el enfermero o enfermera, el mirar un póster de la isla bonita..., podrían ayudar para distraer el revuelo durante “la prospección de la sangre”. Porque, qué bello sería desmayarse también viendo unos preciosos ojos azules, o contemplando unas manos delicadas asomando por la manga de una bata blanca.