Con un buen amigo, cofrade de muchos años, comparto habitualmente impresiones y reflexiones, muchas extraídas de webs y redes sociales, sobre lo que hacen y dicen las hermandades en estos tiempos, de forma especial aquellos mensajes que, a veces, nos interpelan y nos dejan un tanto sorprendidos por su contenido, su oportunidad o sus posibles receptores. De ahí surgen comentarios u opiniones que en ocasiones nos interrogan más de lo conveniente sobre si los responsables de tal o cual corporación aciertan en mayor o menor medida sobre cuáles son sus fines primordiales, cuál su entorno de actuación o cuáles los destinatarios principales de sus actividades. En definitiva, subyace la reflexión profunda sobre ¿qué hacer en las hermandades hoy?, y las derivadas sobre si hay que hacer mucho o poco, si lo que hacen atrae a los hermanos y fieles o no, o si para atraerlos tendrían que hacer algo diferente, con el riesgo siempre latente de desnaturalizar sus finalidades, reglas y tradiciones más arraigadas.
En estas estábamos cuando llegó el Papa Francisco -del que acabamos de conmemorar el décimo aniversario del inicio de su pontificado-, quien el pasado 16 de enero se dirigió a la Confederación de las cofradías italianas, que, según afirmó, agrupan a unos “dos millones de miembros, a los que hay que añadir la comunidad ampliada de familiares y amigos que a través de ellas se unen a vuestras actividades”. De sus palabras entresacamos algunas ideas que pueden servirnos como llave maestra para abrir la puerta de la próxima Semana Santa y de luz para iluminar la vida de las cofradías durante todo el año.
En aquel encuentro el sucesor de Pedro calificó audazmente y con rotundidad a las cofradías y la piedad popular nada menos que como “una poderosa fuerza de anuncio, que tiene mucho que dar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo”, y les animaba a cultivar “su vida asociativa y su presencia caritativa con un empeño creativo y dinámico». Recordando la larga trayectoria de las cofradías, hizo hincapié en que “la riqueza y la memoria de vuestra historia no se conviertan nunca en motivo de repliegue sobre ustedes mismos, de celebración nostálgica del pasado, de cerrazón ante el presente o de pesimismo ante el futuro”, sino que sean más bien “un fuerte estímulo para reinvertir hoy su patrimonio espiritual, patrimonio humano, patrimonio económico, artístico, histórico e incluso folclórico, abiertos a los signos de los tiempos y a las sorpresas de Dios”.
Más adelante el Papa exhortaba a los cofrades a “cultivar la centralidad de Cristo en su vida, en la escucha cotidiana de la Palabra de Dios, organizando y participando regularmente en los momentos formativos, en la asistencia asidua a los sacramentos, en una intensa vida de oración personal y litúrgica”. Y en este contexto les alentaba a que las antiguas tradiciones litúrgicas y devocionales que caracterizan a las cofradías “estén animadas por una intensa vida espiritual, con fervor, y por el compromiso concreto de la caridad”, recalcando que “no tengan miedo de actualizarlas en comunión con el camino de la Iglesia, para que sean un don accesible y comprensible para todos, en los contextos en los que viven y trabajan, y un estímulo para acercarse a la fe también para los alejados”.
También recordó que la vida y actividad de las hermandades no debe reducirse a “reuniones puramente administrativas o particularistas”, sino que “sean siempre y sobre todo lugares de escucha de Dios y de la Iglesia, de diálogo fraterno, caracterizados por un clima de oración y de caridad sincera”.
Certeras y claras fueron las palabras del Santo Padre dirigidas a los cofrades italianos, que pueden aplicarse fácilmente a la realidad y al contexto sevillano. ¿Qué hacer, entonces, en las hermandades hoy? Pues, recapitulando con Francisco, nada mejor que “caminar anunciando el Evangelio, dando testimonio de vuestra fe y cuidando de vuestros hermanos y hermanas, especialmente de las nuevas pobrezas de nuestro tiempo”. Así podremos llegar a ser esa «fuerza poderosa» como el mismo Papa nos ha calificado, y ante la puerta de la Semana Santa que se abre un año más cantar con alegría vibrante: “Alégrate, Jerusalén, alégrate, / seca tu llanto, que viene ya tu Rey. / Levántate y adórnate, Jerusalén: / Llega el Señor, nada tienes que temer”.