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García Márquez y la Librería Reguera

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19 feb 2023 / 04:00 h - Actualizado: 19 feb 2023 / 04:00 h.
"Libros"
  • García Márquez y la Librería Reguera

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Aquí en el Sur, los rumores nunca te alcanzan, sino que te derriban, como el viento de Levante que despierta los aires difíciles. Reguera ha decidido cambiar la realidad de los libros por la irrealidad de la vida, y así el inminente cierre de su Librería. Julio, la ha revestido de “jubilación”, pero me da que es su protesta ante la levedad intelectual, una forma de radical limpieza de la propia conciencia, que la vida es más ancha que la historia.

Porque Reguera había resistido todos los embates. No en vano nació aquel año del que dicen que en Sevilla nevó y así debió ser en el imaginario de esta simpar urbe miarma. Poco después, rindió a la censura, colándonos a Borkenau y su “reñidero español” y a Ruedo Ibérico y luego las primeras ediciones de Losada, editadas en Buenos Aires y ahora ya pálidas sus tapas. Hallar un libro en sus estanterías era como un laberinto borgiano y Julio su rosa de los vientos. Siempre estoico, no solo frente a pandemias, sino al polvo perenne, como el de la reconstrucción de la Iglesia de Santa Catalina o el paso de las furgonetas con adhesivos de plataformas virtuales.

Me da que, además, Julio quiere correr la losa y aliviarse definitivamente de las condolencias, y sentarse al sol, entre tanto extravío y fatiga del besamanos al que nos hemos apuntado entre la culpa y el malsano presentimiento de no volverlo a ver.

Mientras asomo a ricitos por última vez a la vitrina que apodaban “zen”, por abstraerte hasta del paso de algunas de tus ex, evocas a D. Luis Rey padre, al pecholata, al picota, al paloma, y a D. Luis González, todos aquellos maestros que te daban la pista y ya era cosa tuya encontrar el sendero.

Te llega justo cuando te enteras que Lola Ochoa –tu profesora de música- se jubila e intuyes la de Juan Juan Manuel Infante, desgranando, como las cuentas del rosario, Perito en lunas de Miguel Hernández.

Reguera fue Quilapayun y Songoro consongo y hasta refugio provisional del golpe de Estado de Tejero o del Rey, quien sabe. Aquel día (solo aquel), nos pegamos como lapas a un sobrino de Fraga que estudiaba en el San Francisco de Paula.

De Sevilla huyen las pavías y los buñuelos. No hay colegios públicos en el Centro y tan solo aguanta la seño Teresa del Patito Pío. Las extintas churrerías -salvo la de la calle Feria- han sido sustituidas por té verde y guacamole en lugar de la manteca colorá. Y si no lo digo me muero, ¿de quién fue la idea de las “cocretas” por unidades?

Tu alcalde Antonio Muñoz ya no hace “footing” junto al Cervantes, no sea que lo retraten frente a las ruinas del otrora primer cine de Andalucía. Allí se estrenó Grease y la gomina y descubriste Cenicienta de Nureyev. Sin calefacción, ni “selecta nevería”, pero ole tú, polizón en la Opera de París.

Julio te ha recordado la visita de García Márquez a Sevilla, contando que con cinco años fue a un circo y le dijo a su abuelo “eso es un camello”.

“No. Es un dromedario” repuso éste, lo que después confirmó el colombiano en el María Moliner. Su abuelo tenía razón.

Pero un día, Gabo se frustró cuando el “Diccionario Biblia” asociaba limón con el amarillo. En Sudamérica son verdes. Y solo curó de esa desazón en algún patio olvidado donde aún madura el limonero.

Cuántos recuerdos... Almudena póstuma, que aquí siempre enterramos bien; el Vargas Llosa de pichula ilesa al lazo filipino de la Preysler; y sí, -tomen nota- “Al tercer día resucitó” de Vizcaíno Casas.

Me cuenta la mujer de Julio que durante la madrugada han abierto con devoción primera nuevas cajas y llenado las estanterías semivacías, como si hubiera un mañana.

“Julio no lo soportaría si adelgazan.”

En fin, Sevilla ha de retribuir pasiones tras anaqueles, y a este librero para esa Academia de las buenas letras, donde mora otro de la misma profesión y de nombre Alfonso Guerra. De todas las maravillas de la gruta que se cierra, me quedo con el calambre de Cernuda, -tan grande y tan pequeño- y aquella “La realidad y el Deseo”, de portada amarillenta.

Con todo, siempre nos quedará El Tremendo. En Sevilla, primero las cañas y después los nidos vacíos de golondrinas.

Para qué engañarnos, con mucho acento, pero con pocas letras.