Gente que me cae mal en el fútbol

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18 oct 2022 / 15:42 h - Actualizado: 18 oct 2022 / 18:42 h.
"Opinión"
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Si hay algo que me cae mal cuando veo un partido de fútbol es contemplar al imbécil que, después de que su compañero ha hecho todo lo más difícil y él solo ha puesto el pie para empujar la pelota a gol, sale corriendo hacia las gradas olvidándose de su sufrido compañero y apuntándose todo el mérito del tanto con gestos de dedos hacia su propia persona como si él lo hubiera hecho todo.

O sea, que el otro ha incursionado por la banda, regateando con enorme dificultad a uno, dos, tres contrincantes, han estado a punto de tirarlo varias veces, ha acelerado después de ese regate agotador y dado un pase para que la pelota llegue a la portería casi vacía y el imbécil sólo tenga que empujarla con el pie, y ahora ese otro que lo ha hecho todo, se acerca hacia el “goleador” y el imbécil casi ni le da las gracias, porque sigue mirando hacia las gradas haciendo algún gestito para demostrar lo bueno e importante que es él. ¡Tío: que tú sólo has puesto el pie!, ¡que tu compañero ha arrastrado a todos los defensas, los ha driblado, se ha quemado y tú no has hecho na’! ¡Qué menos que le des las gracias!

Observen la elegante caballerosidad de Harry Kane, un auténtico gentleman, del Tottenham, y cómo ni una sola vez deja de señalar, al momento, al compañero que le ha dado el pase para darle su importancia.

Los otros, los vanidosos egoístas que se aprovechan del trabajo de los demás, me caen mal.

Y a veces —estos también me caen mal— los comentaristas también se ponen a hablar del que ha empujado el balón sin darle importancia a todo el trabajo del anterior o a ese pase perfecto a ese lugar increíble y con una precisión de francotirador que ha hecho el inteligente pasador. Y a veces, cuando en el fragor de los gritos de “gol” y las imágenes del chupóptero que se lleva la gloria, uno de los comentaristas dice: “Todo el mérito del gol lo tiene el que ha dado la asistencia”, yo, que soy muy sentimental, primero, alabo a ese comentarista que, por fin, ha hecho algo de justicia, y, luego, fantaseo imaginándome al jugador que ha hecho todo el trabajo llegando a casa esa noche, poniéndose en la tele y oyendo ese acto de justicia en el que, por fin, se entera, de que reconocen ante cientos de miles de espectadores su esfuerzo y valía. Así de emotivo soy yo...

En el fútbol también me caen mal los que se persignan antes de empezar el partido y antes de tirar un penalti y los que agradecen a Dios o a Alá (véase Salah) después de marcar un gol. ¿Qué creen, que su dios, que suele ser el mismo del de enfrente, le va a ayudar a él y no a los contrincantes? ¿Qué sistema de reflexión será este? Algo así como: Dios hace su voluntad con nosotros, yo le pido que me ayude, mi contrincante le pide que le ayude a él, y cuando uno de los dos gana (que Dios, omnisapiente, ya lo sabía antes de empezar, porque conoce el pasado y el futuro) es porque Dios esta vez lo ha querido? Entonces, me persigno no para que me dé suerte sino para que no se enfade conmigo más que con los otros y me haga perder por no haberme persignado, ¿no?

En general, la idea estulta es esa: Dios está conmigo (y no con los otros), aunque no sé por qué. O sí: sé que está conmigo porque me lo merezco...

Lo malo del fútbol es que lo ve mucha gente y habrá gente que cuando entre a trabajar, como cuando Messi entra en el campo, se persignará como hace él para que no le castigue en su trabajo por no haberse persignado (esa es la línea argumentativa que hemos sacado del fútbol, ¿no?).

Pero, me pregunto, cuando se han persignado y han cumplido el rito perfectamente y, además, han sido buenos y no salen al campo a jugar con pecados, y pierden, ¿qué pensarán? Ah, sí, pensarán ese pensamiento que todo lo justifica: “Los caminos de Dios son inescrutables...”. Y tanto: que haya tanto tonto dando ejemplo sí que es inescrutable e incomprensible.

Cuando los que ante la televisión se persignan o, como Mohamed Salah en el Liverpool, se arrodillan en el suelo y besan la tierra en un gesto ostentosísimo y luego van y pierden, yo les grito desde mi salón: ¡¿Dónde está tu Dios?!, ¡¿qué ha pasado hoy con él?! ¡¿No te hace dudar ni siquiera un poquito de que todos esos gestos y todas tus creencias no son más que superstición barata?!

O quizás, cuando pierden piensen (oh, esto es retorcido): “Si hemos perdido y yo me he persignado antes de entrar y no he cometido ningún pecado y esta mañana me he confesado y comulgado en misa y vengo limpio como un ángel, habremos perdido porque alguno de mis compañeros es un impío y no ha cumplido con el rito”. Alguien tiene que tener la culpa, menos uno mismo y el azar...