George Orwell

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17 nov 2020 / 04:00 h - Actualizado: 17 nov 2020 / 04:00 h.
"Tribuna"
  • George Orwell

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Eric Blair; India, 1903-Londres, 1950. Escritor británico. Formó parte de la Policía Imperial Inglesa.

Toda su obra, está llena de sátiras sobre sociedades ficticias indeseables en sí mismas, reflejaron sus posiciones políticas y morales, pues subrayaron la lucha ética del hombre contra las reglas sociales establecidas por el poder político. Sus títulos más populares son Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), ficciones en las cuales describió un nuevo tipo de sociedad controlada totalitariamente por métodos burocráticos y políticos.

“Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.”

Rebelión en la granja es una condena de la sociedad totalitaria, hábilmente pasmada en una ingeniosa fábula de carácter alegórico.

Los animales de la granja de los Jones se sublevan contra sus dueños humanos y les vencen. Pero la rebelión fracasará al surgir entre ellos choques y envidias, y al pactar algunos con los dueños que derrocaron, traicionando su propia identidad y los intereses de su clase. Rebelión en la granja fue concebida como una fuerte sátira del estalinismo, el carácter universal de su mensaje hace de este ensayo un extraordinario análisis de la corrupción que engendra el poder, una dura crítica contra el totalitarismo de cualquier especie y un brillante análisis de las manipulaciones que sufre la verdad histórica en los momentos de cambios políticos.

1984. Un mundo regido por grandes potencias. El personaje protagónico, Winston Smith, es un funcionario del "Ministerio de la Verdad", entidad encargada de controlar la información; un Estado totalitario moderno: la mirada policial que lo penetra todo, incluso la intimidad.

Homage to Catalonia: “Había viajado a España con el proyecto de escribir artículos periodísticos, pero ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible. Los anarquistas seguían manteniendo el control virtual de Cataluña, y la revolución estaba aún en pleno apogeo. A quien se encontrara allí desde el comienzo probablemente le parecería, incluso en diciembre o en enero, que el período revolucionario estaba tocando a su fin; pero viniendo directamente de Inglaterra, el aspecto de Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía señor, o don y tampoco usted; todos se trataban de «camarada» y «tú», y decían ¡salud! en lugar de buenos días.”

El 30 de enero de 1998 unos etarras, mataron en Sevilla, a Alberto Jiménez Becerril y a su esposa Ascensión García. Los dos volvían de cenar cuando dos etarras les dispararon por la espalda. Primero acabaron con la vida de él delante de su esposa. Después la mataron a ella. Muchos os recordamos.