Griñán en blanco y negro

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20 nov 2022 / 04:00 h - Actualizado: 20 nov 2022 / 04:00 h.
"Tribuna"
  • Griñán en blanco y negro

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En 1.982, la política en España nos parecía pura magia. Felipe González y Alfonso Guerra en estado puro, debelados frente a los pisos de militares de El Prado, donde residían aquellos dos generales que eran compadres, Esquivias y Merry. Siempre a las órdenes del Rey, entre copa y copa, de whisky, naturalmente.

40 años después, aquellos jóvenes con chaqueta de pana, que fundaron un Despacho laboralista, junto con Manolo del Valle o Rafael Escuredo, se han convertido al monoteísmo.

Debe ser que el único tabú en España son los jueces, y que cuando colisionamos con un estrado, solo salva el Gran Poder, que en eso Lopera nos lleva la delantera.

Hasta Oriol Junqueras. Todo fue ver a Marchena y ponerse a rezar el rosario.

El jueves pasado, Griñan protagonizó una de las escenas cinematográficas más sórdidas de los últimos tiempos, cuando irrumpiendo de entre la bruma, recogió su oficio de entrada en prisión, en un edificio donde lo único removido desde su erección fue el escudo franquista en tiempos de Claudio Movilla.

No sé qué tienen las puñetas -ciegas o no-, pero hacen más por la fe que la agonía en las salas de observación de los pútridos hospitales públicos de Ayuso o Bonilla.

Paul Auster –escritor yanki- ya se anticipó en 2.002 al futuro de Griñan. Relató entonces la historia de alguien que –asido al alcohol (cambien por lexatin), cavila sobre cómo su vida habría cambiado si el avión en que su familia viajaba no hubiera estallado. Esto es, justo el momento en que nuestro prota se obstinó en jubilar a Manolo Chaves.

Auster, que, como Richard Gere, es denostado en China, elucubra sobre una pócima con la que poder desaparecer durante sesenta años. “Qué no daría yo”, seguro que debió reflexionar Griñan...

Aun así, me importan otras pistas posibles. Los cooperadores necesarios. Ninguno ha logrado lo que ambicionaba. Zoido, desterrado en Bruselas siquiera a cuerpo de rey y Javier Arenas, viendo como su sueño de San Telmo, se lo usurpa un malagueño. Los jueces que lo idearon –solo hay que entre leer los párrafos del libro hagiográfico de Carlos Navarro sobre el exalcalde-, jubilados en boutiques, donde están a saldo los modelitos a estrenar en la tal vez quimérica Audiencia Nacional.

Siempre nos quedará la última bala. La socorrida lumbalgia absentista, en forma de leucemia como Zaplana. Este sí que sabe. Hasta ha estrenado novia y eso que era de San José María. Ya lo decía Lenin, el líder nunca debe morir. A los vasallos, ni una línea. A alguno del fondo de reptiles le han sisado mujer y casi vástago. Todo por enamoramiento, claro está, previo contrato fijo en Lipasam. Retorna el romanticismo y la lucha de clases.

A estas alturas, -más bien bajuras- me da que Griñan, ya no cree en Dios y eso que se educó con padre y tío de la más alta jerarquía franquista. Apiada la muerte, pero aún más la vida. Algo no va, cuando nos postramos ante esos togados y no para pedir justicia, sino piedad. Qué espéctaculo y qué rendición del ser humano.