No considero que viva en un país progresista, para mí el progresismo que padezco es un reaccionarismo que se lo ha montado de maravilla gracias a que enfrente no tiene otra cultura que le haga contrapeso y a que millones de personas se venden por una tapa de lentejas, ya ni por un plato. Un país en el que cada vez se suicidan más jóvenes y al que le falta poco para ser una inmensa residencia de ancianos no tiene nada de progresista. Si aquí no se da a luz por progresismo eso es reaccionario y si no se da a luz porque no hay dinero para mantener a los niños y educarlos de forma adecuada lo reaccionario es el doble, que no se me hable de progresismo. Y si el gobierno fríe con impuestos a la clase media y a “los ricos” y con ese dinero compra voluntades ya me dirán ustedes si debo aceptar eso como progresista si el futuro de todo que son los natalicios y las nuevas generaciones, lo primero está en recesión y lo segundo está gravemente amenazado por suicidios, depresiones, posmodernidades y consumos frenéticos derivados del yo, yo, yo.
Contra esto, el progrerío aplica paños calientes. Da permisos paternales en nombre de una igualdad quimérica porque por mucho que hagamos los padres las madres serán siempre las madres, son las que han llevado nueve meses en su vientre a una criatura y las que segregan una serie de sustancias destinadas a proteger especialmente a sus crías. El mundo no se cambia por decreto, es como es, porque, como suelo decir, estamos entrando en la escena de La vida de Brian en la que un progre judío varón quería por narices que lo llamaran Loreta o cuando en Bananas, de Woody Allen, el guerrillero líder que había ganado una revolución le dice al pueblo que desde ese momento el idioma oficial será el sueco y la ropa interior se llevará por fuera. Cuando la Junta del PSOE, escuché en algún informativo que en los colegios había que impulsar a las niñas a que jugaran al fútbol en los recreos. ¿Impulsar u obligar?
Otro paño caliente es hacer un llamamiento para que den a luz los emigrantes y para que vengan inmigrantes a España. Venga, to er mundo p’a dentro que hay sitio, aquí atamos los perros con longaniza. Y el que se atreva no sólo a rechazar sino a cuestionar o comentar este asunto, al paredón. Pues miren ustedes, los niños de inmigrantes van a ser educados en otras culturas en el seno familiar, culturas regresivas históricamente hablando, ajenas a lo que en Occidente ha costado mucha sangre lograr. Precisamente han sido educados con enfoques que poco o nada tienen que ver con lo que dicen defender los progresistas. De manera que el progresismo, en nombre del progresismo, puede que nos lleve a lo reaccionario. Ahora, que los profesores del futuro se reciclen hacia atrás si es que tienen necesidad de reciclarse porque los profesores del fututo procederán de generaciones Z, virtuales, que no saben si el mundo sube o baja, eso se lo tiene que decir Internet o una serie de Netflix.
Si la población escolar sigue bajando por miles cada año los alumnos con raíces occidentales-ibéricas irán desapareciendo y serán sustituidos por otros, es algo que está sucediendo en diversos lugares del planeta porque los occidentales no sólo destruimos el planeta sino a nosotros mismos con ese planeta y asesinando la liberación mental y cognitiva que logró distanciarnos del resto de culturas a partir de la Baja Edad Media. Lo bueno, lo desastroso, lo inmundo y la mejor forma de vivir que los seres humanos han ideado hasta ahora ha surgido de Europa, nos guste o no. Y podemos perderlo, el progresismo es un agente decisivo en esta paulatina pérdida de identidad, una identidad que siempre está en construcción y que ahora puede quedar en un recuerdo. Este progresismo no integra culturas, sino que coloca las externas por encima de la suya propia.
Por favor, tómense este texto como un deseo no de destruir al otro -eso lo hacen los nazis y determinados progresistas actuales- sino de proteger lo mío. Si no fuera así, no me iba a quitar el sueño, el problema sería del lector, no de quien escribe.