Hacer para crecer

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08 ago 2021 / 04:49 h - Actualizado: 05 ago 2021 / 14:54 h.
  • La venezolana Yulimar Rojas (i-oro), la portuguesa Patrícia Mamona (c-plata) y la española Ana Peleteiro (d-bronce) celebran tras la final femenina de triple salto durante los Juegos Olímpicos 2020. EFE/ Alberto Estévez
    La venezolana Yulimar Rojas (i-oro), la portuguesa Patrícia Mamona (c-plata) y la española Ana Peleteiro (d-bronce) celebran tras la final femenina de triple salto durante los Juegos Olímpicos 2020. EFE/ Alberto Estévez

¡Me gustan Las Olimpiadas! ¿y a ti? las sigo con interés, como cuando era niña y a mi madre le encantaba especialmente la natación sincronizada y la gimnasia rítmica, ¡nos podíamos pasar una mañana de sábado viéndolas pegadas a la tele!

El atractivo de este evento mundial consiste en la materialización del esfuerzo, del entrenamiento, de años de dedicación, de constancia, de superación... Es una pasada ser testigo de todos esos valores necesarios, forjadores de indiscutibles ganadores en cualquier escenario (ya lleven medalla o no). La ilusión y la concentración de cada deportista a la hora de ejecutar cada una de las pruebas se transmité al público de tal forma que casi sientes que estás volando con Ana Peleteiro a la hora de ejecutar su maravilloso salto o prácticamente te sientes más flexible que un chicle cuando estás viendo a Ray Zapata desarrollar su impresionante ejercicio de suelo...

Este tipo de proezas sólo es apta para las personas que, como Ana o Ray, convierten su sueño en un plan, se ponen «manos a la obra» (no se pasan el día «deseando» sino haciendo) y se aplican la disciplina que creen necesaria para lograr los objetivos... ¡ése es el espíritu ganador!

Hablando de Las Olimpiadas, se me ha venido a la mente la película «Carros de fuego», ¿la has visto?, ¡es magnífica! Yo tengo que admitir que la descubrí recientemente y hubo un momento de la película en particular que me invitó a reflexionar, cuando Harold Abrahams (gran atleta británico, quien sería campeón olímpico en París 1924), en un momento de duda, le dice a Sybil (la que sería su esposa):

- ¡Yo no corro para perder!

Y Sybil responde:

- Pero... Si no corres, no puedes ganar.

Fue un diálogo sencillo en su forma pero profundo en el mensaje, parece una obviedad, ¿verdad? Es decir, si Abrahams no hubiese corrido, estaba claro que tenía la derrota asegurada y si corría, al menos se estaba dando la oportunidad de poder ganar o no... Abrahams, como todos los que estéis leyendo este texto, era un ser humano y por lo tanto, era lógico que antes de una prueba importante le entraran los nervios, las dudas... ¡porque el buen hombre tenía sangre en las venas! y cuando se acerca un acontecimiento en el que te juegas tanto y por el que has trabajado a tope, lo raro sería permanecer impasibles, que nos diera igual, vamos.

Estoy convencida de que Sybil jugó un papel importante en ese crucial momento. Al éxito no se llega solo... Porque cuando llegan esos momentos de debilidad, necesitamos a nuestro lado a alguien que nos escuche, que nos estime, que nos valore de verdad y nos recuerde aquello de «si no corres, no puedes ganar»...