Pasa la vida

Impostores violentos que sobre todo dañan a los pobres de verdad

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
01 nov 2020 / 09:54 h - Actualizado: 01 nov 2020 / 09:55 h.
"Pasa la vida"
  • Impostores violentos que sobre todo dañan a los pobres de verdad

Se veía venir. Y ya están a la ofensiva. Los próceres de la subversión prefabricada aceleran sus maniobras para que grupos aleccionados protagonicen con nocturnidad actos vandálicos que falazmente finjan ser expresión del calvario socioeconómico que sufren millones de españoles por el enquistamiento de la pandemia vírica. Estrategia para captar incautos y añadir leña al fuego de la desorientación en valores, ejemplaridad y gobernanza que se padece en países como España. Acciones y actitudes que nada tiene que ver con los pobres que son las verdaderas víctimas de esta crisis y de todas las crisis. Por ejemplo, en Bilbao, los detenidos en la noche del pasado viernes 30 en las supuestas protestas sociales por los confinamientos son seis jóvenes con antecedentes por tráfico de drogas o por violencia machista. Y gritaban '¡Libertad!'. ¿Activistas? No, impostores.

Es lo que le faltaba a la consideración y a la representación de tanta buena gente que antes del coronavirus ya era pobre y se sostenía en precario. La que ahora maldice este 2020 porque su empobrecimiento es mayor, no toca fondo, ni atisba cuándo habrá un porvenir menos malo. Se pasan el día afanados, sin perjudicar al prójimo, en buscar un trabajo de lo que sea para subsistir. En conseguir ayuda a través de las entidades sociales y de las redes de solidaridad donde tanto bien se hace. En donde tanto compromiso cívico le saca partido a cada céntimo, a cada minuto, y suple las carencias de las políticas prometidas y de las burocracias incapaces de gestionar el presupuesto asignado. Los pobres de solemnidad ahora confluyen con los de nueva hornada en el mal trago de hacer colas que a ojos de mentalidades obtusas son espejo de fracaso vergonzante. En esperar esa ansiada llamada telefónica que les anuncie lo que suplicaron entre lágrimas en aquella cita que tanto tardaron en conseguir. Pero lo que aparece catalogado como protestas por el malestar social, y aparece de modo destacado en informativos y perfiles digitales, son las imágenes de contenedores de basura en llamas o robos en tiendas asaltadas. Con quemar un par de contenedores y reventar un par de escaparates para jugar al pillaje, ya se logra el efecto de que esté vivo el arquetipo de la revuelta popular por hartazgo y cabreo.

Estamos mal acostumbrados a que sean encumbrados los impostores del liberalismo, los impostores del progresismo, los impostores de la rectitud, los impostores del éxito, los impostores de la verdad. Cuando padecemos una catástrofe, y la del coronavirus lo es sistémica, brujulean con más intensidad los impostores de la injusticia social y los impostores de la salvación. Diferencie la paja del grano, no confunda a los encapuchados de estas algaradas con quienes sí dan la cara para defender a los olvidados: las plataformas vecinales de los barrios más pobres donde tantos apuros alivian, las asociaciones y fundaciones más involucradas en los estratos de la marginalidad, los colectivos de pymes y autónomos más bloqueados por la reducción de la movilidad y de la economía a pie de calle. Se arremangan mañana y tarde en reuniones para hacer valer sus peticiones y soluciones. Ahora con mascarilla, comparecen de día, protestan de día, convocan de día a parlamentarios, medios de comunicación, etc., para explicarles los problemas, los incumplimientos, sus propuestas. A todo ese entramado de sociedad civil, que es la auténtica representación de la problemática social, el verdadero cortafuegos de estallidos desesperanzados y de maniobras intolerantes, como se puso de manifiesto en España durante la durísima crisis de origen financiero, ni les encarna ni les puede eclipsar en el imaginario colectivo el póster de la guerrilla urbana nocturna.

En la anterior recesión no estaba tan desarrollada la producción de 'fake news'. En 2020, por desgracia, la población en general está más predispuesta a considerar cierto lo que parece verosímil. Y en España es tan cierta la precariedad que marca la vida cotidiana de millones de ciudadanos como la decepción generalizada por la desunión entre gobernantes y partidos políticos para afrontar la pandemia y sus consecuencias. Por lo tanto, si en diversas ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Burgos, Logroño, Zaragoza,...) tienen lugar pequeñas pero llamativas escenas de insumisión con mobiliario urbano ardiendo, dentro y fuera del país habrá muchas personas que activen en su mente el automatismo de identificar como veraz que eso representa lo que en su fuero interno sienten y padecen gran cantidad de españoles. Y esa percepción no se corresponde con la realidad: la auténtica indignación generalizada es por la cantidad de muertos y por el empobrecimiento, no por los horarios de cierre de los establecimientos y de prohibición de transitar por la vía pública. Que son más tardíos y menos severos que en Francia, Italia, Alemania, Reino Unido,...

Para desmontar en toda España la ceremonia de la confusión tenemos en contra un factor de mucho peso que nos penaliza: Cataluña es política y socialmente, sobre todo en los últimos diez años, un laboratorio de manipulación. La subversión antisistema ha sido urdida y financiada por las camarillas partidistas y empresariales de cuello blanco que manejaban el poder desde dentro y fuera de la Generalitat para montar la patraña del independentismo pluscuamperfecto a la vez que corrompían las arcas públicas y las convertían en su chiringuito. Tan impostores que ordenaban a los policías a sus órdenes que no se excedieran en contener el caos y la destrucción perpetrados por las personas mejor radicalizados por ellos, dado que era una violencia teledirigida para sus fines desestabilizadores. Qué fácil les resultaba que además se sumaran espontáneamente los jóvenes inadaptados ávidos de oportunidades en las que incumplir las normas e incluso hacerse un 'selfie' para presumir.

Como en cualquier suceso donde nadie declara ser autor del hecho, para esclarecerlo hay que aplicar la pregunta del célebre aforismo romano: 'Cui prodest?' ¿A quién beneficia? En el lumpen está la cantera de la mano de obra para hacer el trabajo sucio de incendiar contenedores y armar jaleo. El confinamiento no favorece a muchos negocios inmorales que necesitan a la gente en las calles para disimular. La paz social no favorece a quienes viven de extremismos y negacionismos y repudian las democracias auténticas, donde es más difícil instaurar un orden basado en configurar un enemigo odioso. Son condenables los comentarios de dirigentes de Vox en Twitter justificando ayer sábado estos altercados. Y lo que no me cabe duda es que los pobres son inocentes de estos escarceos subversivos, y son víctimas de unos y de otros.