Imprudente, prudente, imprudente

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08 sep 2018 / 21:53 h - Actualizado: 08 sep 2018 / 22:44 h.

Elegir bien cada uno a su Maquiavelo. O llevarlo aprendido. Napoleón, que sabía lo que quería, lo estudió a fondo. Las notas marginales que dejó en las páginas de su libro así lo atestiguan. Hay ediciones de El Príncipe con esas interesantes notas. Pero de nada sirve todo esto, sea el libro del fiorentino sean las notas del Emperador, si a pesar de tenerlo rimbombantemente como libro de cabecera no hay ojos que lo lean ni seseras predispuestas para entenderlo. Maquiavelo disertó sobre la prudencia de El Príncipe: «saber conocer la calidad de los inconvenientes y tomar por bueno el menos malo». Niccolò dei Macchiavelli, que así se llamaba en su lengua, alcanzaría celebridad por ser un hombre pragmático, el primero que se atrevió a describir el poder tal y como es, pues sabía de la condición humana compartida entre quienes portan la Corona y los súbditos. Aquí no hay dioses, sino hombres, es lo que sencillamente vino a decir. Lo que no es poco.

Cada segundo que pasa más convencido estoy de que la ministra de Defensa Margarita Robles debería dimitir. Porque anunciar como gran medida del nuevo Gobierno que va a romper el contrato de venta de cuatrocientas bombas inteligentes firmado con Arabia Saudí, por la probable razón de que serán usadas contra la indefensa población yemení, sin haber siquiera pensando los riesgos, la naturaleza de los inconvenientes y las probables consecuencias de la decisión, es, tras conocer todo lo que se ha sabido luego, un despropósito de tal magnitud que solo con su cese podría limpiarse. Temeridad y Ministerio de Defensa son términos antagónicos.

El riesgo en que ha puesto a los seis mil empleos que dependen directamente de que siga adelante la construcción de cinco corbetas contratadas por los príncipes saudís a los Astilleros de Navantia, un sueño para la adormecida bahía de Cádiz, sería razón de más para exigir de la ministra la mayor de las responsabilidades políticas. El que todo esto ocurra además en los meses previos a un ciclo electoral en el que su partido se juega mucho, solo hace aumentar la gravedad de su imprevisión. Pero sin dejar de ser nada de esto importante, para mí hay una razón aún si cabe mayor.

Su irreflexión, su inoportunidad, ha permitido que un Estado teocrático conecte nuestro empleo, nuestro bienestar, con las bombas láser que se compran para continuar una cruenta guerra que toda la comunidad internacional condena. Y este, señora ministra, es un dilema moral imposible de calmar en la conciencia ciudadana. De modo que su Gobierno recula, la desmiente, y es más que probable que acabe vendiendo los misiles, aunque ahora sabemos que por un precio muy por encima del valor dinero. Pero aún hay más, señora ministra. Su temeridad condena a todos los demás actores políticos a mirar para otro lado, a no querer ver lo que duele mucho saber. Nos ha hecho peores, francamente.

Prudencia, imprudencia... imprudencia, dijo la margarita.