Por diversas razones y muy fuertes algunas de ellas, 2019 fue un año de perros. Afronto, pues, el nuevo con la esperanza de que pueda ser mejor. También para el país, para el nuestro. Me hace gracia cuando nos referimos a España como “este país”, como si fuera Polonia o Austria. Para nuestro querido país ha sido también un año complicado, convulso, sin duda por el tema político, que ha sido protagonista absoluto. Soy de los que piensan que la política tiene demasiado protagonismo en la sociedad española y que sirve para enfrentarnos. No es algo nuevo, y ahí está nuestra historia. Lo ideal sería que este año fuera distinto, pero hay que ser realistas: España tiene su sello en la política y es muy complicado. Curiosamente, millones de españoles están encantados con la nueva fórmula de gobierno, la coalición social-comunista, que parece que viene con ganas de cambios importantes. Nadie podía imaginar hace una década que pudiera haber un gobierno de este corte en nuestro país, pero parece que será una realidad en unos días. Nunca gobernó la izquierda real y se abre un tiempo nuevo, de incertidumbre para unos y de esperanza para otros, sin duda para quienes creen que puede haber otra manera de gobernar que acabe con la lacra de la corrupción y que haga justicia a los que nunca la vieron. De cerrarse estos días, el posible nuevo Gobierno de la nación no gustará a la banca, la Iglesia y el capitalismo en general. Van a intentar poner todas las zancadillas posibles para que en uno o dos años, como mucho, volvamos a celebrar elecciones generales. Porque los cambios que van a llegar –si no llegaran este mismo año esto no tendría ningún sentido– no gustan nada. La izquierda tiene ahora la oportunidad histórica de demostrar que lo anterior no ha sido tan bueno como dicen algunos, si seguimos con un paro vergonzoso, sueldos bajos, desahucios, privilegios de los políticos y una Justicia a la que se le ve demasiado el plumero. Un trabajador tiene menos fuerza que un puchero de alambre, y eso tendrá que cambiar. Los autónomos estamos ahogados y somos imprescindibles para la creación de empleo. Bien organizados, acabaríamos con cualquier gobierno. No es de recibo que tengan que salir a la calle los pensionistas porque ven cómo se tambalea el sistema de pensiones, con la hucha cada día más vacía, y peligra la tranquilidad de quienes levantaron nuestro país. Es una vergüenza que haya trabajadores pobres, cada día más, como ocurría hace medio siglo. Hay familias que no pueden ir al dentista, y no hablemos de poder veranear o llevar a los miembros más jóvenes a la Universidad. En Sevilla tenemos seis barrios de los quince más pobres de España y no se nos cae la cara de vergüenza cuando vemos el despilfarro de la Semana Santa o la Feria, que parece que nadamos en la abundancia. Podría seguir poniendo ejemplos, pero esto sería interminable. Si esto no cambia, ahora, con la izquierda real en el Gobierno, es que de verdad no tenemos arreglo. Creo que no, que no lo tenemos, pero abrigo la esperanza de que en dos años, como mucho, España sea un país algo distinto. ¿Demasiado optimista? Es que ya no podemos hacerlo peor.