Ya estoy un poco fatigado de escuchar eso de ‘no, esos a mí no me representan’. Esto, ciertamente, es algo que se escucha en muchos ámbitos diferentes, pero ahora me refiero al catalán.
Unos sujetos incendian las calles (ayer por última vez, de momento) y los demás miran. Pero no les representan; los salvajes han llegado hasta ese punto con el silencio de muchos como escudo, pero ahora ya les representan. Cada día, los barceloneses sufren cortes en vías principales de acceso a la ciudad y dentro de la propia Barcelona (y en Tarragona, y en Girona y en Lleida...) y, ahora resulta, que los individuos que provocan esos cortes ya no representan a nadie. Es como si hubieran brotado de pronto, sin que nadie lo esperase. El president de la Generalitat de Cataluña, un activista indigno de ocupar el cargo, pide apretar a unos y justifica cualquier cosa en nombre de la libertad de expresión. Pues bien, también resulta que son decenas de miles de personas los que dicen que este tipo no les representa aunque ahí le tienen, tan pichi.
Sin embargo, las urnas son tercas como mulas y dicen, una vez y otra también, que todos esos macarras y delincuentes que queman contenedores y lanzan todo tipo de objetos a los policías si tienen cierta legitimidad; que los políticos de tercera que eligen son los que son porque así lo decide el pueblo y si apoyan acciones, sean cuales sean, las legitiman porque las urnas hablan con contundencia.
Y los niños y jóvenes salen de las casas para ir a la manifestación (sí, a esas que terminan como el rosario de la aurora) y los padres, a cambio, no les piden que se manifiesten frente a los libros de texto y que se dejen de tocar las narices (conviene recordar que muchos de los manifestantes que detiene la policía resultan ser menores de edad).
Y decenas de miles de catalanes siguen guardando silencio ante todo lo que sucede y no son pocos los que justifican lo que vemos en la televisión. Estupefactos, por cierto.
Ayer quedó claro que en el movimiento independentista existen y coexisten tres bloques fundamentales. Unos son unos horteras de tomo y lomo. Cantan, en las calles de las ciudades y a coro, cancioncillas que hablan de paz, amor, libertad e independencia de los pueblos oprimidos. Con sus bufanditas azules y sus pelotitas amarillas que luego lanzan al campo de juego en el Nou Camp. Un detalle: ayer, dentro del campo, el grito pidiendo libertad para los políticos presos fue muy unánime mientras fuera del campo la batalla campal seguía su curso.
Otros son delincuentes y salvajes que queman las ciudades sin complejos. Porque, entre pitos y flautas, no les pasa gran cosa.
El resto son esos a los que no representan (eso dicen), pero que siguen votando a políticos como, por ejemplo, Torra. O lo que es peor, no votan a nadie y siguen provocando que el disparate siga instalado en Cataluña y, lógicamente, afectando a todos los españoles.
Y, por si era poco, el Tribunal de la UE reconoce a Oriol Junqueras la inmunidad como eurodiputado. La que nos espera...
Que harto estoy, de verdad.