En España la mayoría de los refranes o están relacionados con los toros o con la iglesia. Se dices átate los machos solo te entiende un español. Y si hablamos de las ínfulas ya se sabe que o hablamos de un obispo o de un tipo que se cree más de lo que es.
Los moderados españoles tienen mala fama pero peor la tienen los inmoderados. Y ahora han tomado la vez todos los que no se atrevían a exhibir o, en su caso, a imponer su visión arrebatada de la realidad.
Empecemos por el líder de la cuarta fuerza parlamentaria. Solamente a base de retórica y aplomo ha hecho creer a un montón de españoles desencantados que sí se pueden hacer cosas que no se pueden, que representa a esos que dicen que los de antes ya no les representan.
Que en España hay gente harta de desmanes es evidente. Que es comprensible la irritación ante los desafueros de los gobernantes, por supuesto. Pero también es mala suerte que hayan venido a confiar sus malestares y sus ansias de cambio a una tropa de gente arrogante, sin códigos ideológicos claros, con un objetivo descarnado de hacerse con el poder y sus instrumentos y sin un mínimo de honestidad intelectual para reconocer que no tienen ni idea de cómo resolver los problemas de los españoles.
Y creyéndose la reina del baile van tejiendo y destejiendo un paño con el que ocultan lo que hay detrás de su retórica, un asalto en toda regla del poder, como un fin en sí mismo. Ya vimos lo que hicieron sus colegas en el parlamento de Andalucía en la investidura de Susana Díaz, ni un solo movimiento para facilitar su gobierno, ni una sola propuesta asumible. Igual ahora.