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Ir de viaje

La pasión por viajar que se ha desatado en todo el mundo responde a una pulsión innata del ser humano que la industria ha sabido convertir en un producto de consumo no exento de riesgos

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02 jun 2018 / 16:39 h - Actualizado: 02 jun 2018 / 16:41 h.

No falla: tú le preguntas a alguien qué piensa hacer con el dinero que gane cuando se confirme la oferta laboral que tiene a la vista, o si le toca una Primitiva (o si resulta vencedor en un concurso televisivo, mismo), y todo el mundo se quiere ir de viaje. Un destino exótico, un sueño incumplido, una vuelta al mundo porque suena muy bien, cualquier sitio del que podamos hablar luego. ¿Pero qué nos han dado? ¿Es una moda? ¿Es el descubrimiento más trascendental de la humanidad? Viajar se ha convertido en el objetivo número uno del ser humano, en el producto de consumo más codiciado en nuestros días.

Esto lo pensaba yo el día del Corpus mientras andaba de paseo por Sevilla y observaba, junto a las pandillas de abuelas ‘locales’ que tomaban los bares para desayunar después de la procesión, a las multitudes de turistas deambular por el centro casi a trompicones y, en la entrada del Alcázar, una cola como no la he visto yo más que para asistir a un concierto de Beyoncé. O en las puertas de los museos vaticanos, si quieren ustedes una comparación del mismo tenor.

Sevilla se ha ganado una merecida e incontestable fama de ciudad turística y está recibiendo un aluvión de visitantes que resulta palpable en todos los rincones del centro monumental. Ojo, que a mí no me molestan los turistas, no vaya a parecer que estoy preparando un alegato de ‘turismofobia’. Nada más lejos de mi intención. A mí me encanta el ambientillo festivo que dan los visitantes curioseando por todas partes, por momentos me hace sentir que vivimos unas permanentes vacaciones. Y por supuesto no olvido que constituyen la empresa más lucrativa que tenemos en la ciudad y que el turismo da de comer a mucha gente, aunque como toda actividad requiere una regulación y unos controles estrictos para funcionar como es debido.

Desde los albores de la humanidad, el hombre ha experimentado la pulsión innata del conocimiento y la exploración de otros lugares. La Historia está plagada de personajes que hicieron del viaje su pasión y su razón de vivir. Claro que por aquel entonces, esos grandes viajeros que todos reconocemos como iconos de la aventura y el descubrimiento se enfrentaban a no pocos riesgos y penalidades en sus recorridos por lugares ignotos. Un viajero antes de la época contemporánea era un valiente. Pregunten por Heródoto, Estrabón, lean sobre Marco Polo, o los diarios de Colón. De Magallanes a Amundsen, de Darwin a Livingstone, la humanidad fue abriendo fronteras más allá del mundo conocido, dando satisfacción al instinto nómada que forma parte de su ADN.

Por tanto la ‘democratización’ de los viajes digo yo que no responde simplemente a una línea de negocio más del espectro consumista-capitalista. Se trata más bien de que, como la libertad, es una aspiración humana que la industria ha sabido poner a nuestro alcance como un producto de consumo más (como la libertad, ya lo creo). Y aunque hay muchas formas de viajar, el turismo es sin duda la que tenemos más a mano y (repito) una industria rentable donde las haya. Ahora bien, no nos creamos que esta pasión por viajar que se ha desatado es totalmente inocua, porque si esto sigue creciendo el turismo terminará siendo una actividad contaminante, molesta y en absoluto enriquecedora para el viajero, como se pretende. Y me extraña que casi nadie hable de este riesgo, tan diferente de las aventuras que corrían los viajeros del pasado.

Pero claro, hoy lo más parecido a un viajero de los de verdad, de los de antes, es un astronauta, y tampoco es plan.