Isabel II visitó Sevilla en 1862

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28 jun 2022 / 19:14 h - Actualizado: 28 jun 2022 / 19:16 h.
  • Isabel II.
    Isabel II.

Isabel II visitó Andalucía y Murcia en 1862 desde el 12 de septiembre hasta el 28 de octubre (en concreto Sevilla del 18 al 26 de septiembre). Visita que tuvo como motivo, y otros que explicaré más adelante, reforzar la legitimidad de la corona española. La estancia de la reina se encuadró en un periodo político estable -el llamado periodo ecléctico de 1856 a 1868- con la llegada al gobierno en 1858 de la Unión Liberal y con O´Donnell al mando. Fue una etapa sin excesivas dificultades aupada por una expansión económica y algo de paz social. Y así se embarcó la corte, ministros, el mismo O´Donnell, el periodista Fernando Cos-Gayón y otras personalidades en esta aventura por Andalucía.

Para documentar este viaje me he basado en la Crónica del Viaje de SS.MM y AA.RR a las provincias andaluzas en 1862 de Francisco María Tubino. Y así empieza una síntesis de la visita a Sevilla y algunas de sus anécdotas. ¡Disfrútenlo!

Nada más aparecer la locomotora real aproximándose a la estación del Campo de Marte (entre las Puertas de Triana y de Goles), la reina fue recibida entre vítores . Ya en tierra cruzó uno de los muchos arcos que Sevilla levantó en su honor y después de saludar a los duques de Montpensier, representantes de corporaciones científicas y literarias de Sevilla, órdenes militares y otras autoridades, la monarca -con sus infantes vestidos con el “traje del país”- se dio un baño de masas. Labriegos que habían dejado sus faenas agrícolas y demás urbanitas no paraban de aclamarla como “madre de los pobres”. En un momento peligroso que casi se fue de las manos, la multitud rodeó la carroza de la reina sin dejarla avanzar y esta tuvo que calmar el ambiente izando en sus brazos al Príncipe de Asturias (Alfonso XII). Ya en marcha el séquito se dirigió entre calles alfombradas y balcones adornados en dirección a la Catedral, donde Isabel fue recibida bajo palio y asistió a un Te-Deum.

El paso de su majestad por la ciudad lo hace por una tramoya de arcos de triunfos, inmobiliarios adornados con sus mejores galas y paseos de jardines. La noche además la ensortija con un broche de espacios y edificios iluminados con luces de gas. Audiciones de serenatas y otros espectáculos, completan el tributo regio. Destaco, pues, algunas descripciones del cronista.

En la calzada del puente de Triana se había construido un magnífico arco de triunfo. Su construcción “era de orden corintio, con una altura total de setenta y cinco pies, por diez y ocho de luz en el centro (...) coronando la obra un sotobanco con el escudo y banderas nacionales”. En la calle del Ángel (¿Santo Ángel?) se levantó un arco sufragado por los empleados públicos donde “en el parámetro se veían pintadas alegorías de las artes, la industria y el comercio”. En las Gradas aparecía otro costeado por el municipio representando las bellas artes con una inscripción en una lápida del arco que rezaba “Madre de la patria (...) salvaguardia de las libertades públicas”. Caminando hacia San Telmo otro pórtico levantado con los fondos de la Diputación Provincial en el que “sobre los pedestales destacaban cuatro estatuas de tamaño natural figurando la Virtud, el Patriotismo y la Rectitud”.

Arquitectura adornada e iluminada (Palacio de San Telmo, Casa Consistorial, Convento de San Pablo, Palacio Arzobispal, Casa de la Moneda, Fábrica de Tabacos, Capitanía General...), junto a paseos igualmente quiméricos -a la salida de la Puerta de Jerez “jardines iluminados a la veneciana por medio de largas filas de farolillos de colores”- ambientan la noche sevillana. Y su alteza con el pueblo, goza también de serenatas, himnos, solis, sinfonías, boleras, rondeñas con coros y “vistosos fuegos artificiales en la Alameda de Hércules”

En otra jornada la reina visita los Reales Alcázares y la Santa Caridad. En esta última se hace nombrar hermana mayor de la cofradía cumpliendo con el ritual de besar la mano al “pobre más antiguo”. Y esa misma tarde, la familia real asiste a una corrida de toros en la Maestranza de Sevilla. Eso sí, no hubo que lamentar ningún percance.

Otro día entre visita y visita de lugares célebres surge una anécdota: un triste labriego pide a Isabel , a través del alcalde, que le dé trabajo a su hijo de diecinueve años. Se trata en concreto de pedirle que lo ponga a su servicio real. Cuenta el cronista que la reina se conmovió y que a través del Gobernador civil solo le dio las gracias al demandante de empleo.

Esa misma tarde hubo fiesta en la Plaza Nueva y en la misma se construyó un vistoso templete que ocupó la familia real. Candelabros gigantescos, alegorías, estrellas y escudos recortados por el resplandor de la iluminación de gas destacaron en el lugar. Así que la borbón y los sevillanos gozaron de danzas regionales, un “fandango incitador”, boleras y otros entretenimientos.

En sucesivos días la ilustre dama no paró de revistar un número considerable de establecimientos, calles y otros monumentos de Sevilla que no detallo para no saturarles más. Solo recalcar la visita a la Fábrica de Tabacos, a la Plaza de Armas del Campo de Marte y a la Cartuja. Finalizando con las iluminarias de la Torre del Oro y el puente de Triana y, como no, la visita a la Giralda.

En la Fábrica de Tabacos las cigarreras con sus mejores galas no dejaban de piropear a la reina. Cuenta el narrador de la crónica que “vestidas de fiesta amaban a la reina y lloraban al verla también llorar” o refiriéndose a las mismas dice que son “criaturas que un destino infausto precipita a menudo en el lodazal del vicio”.

En su visita a Plaza de Armas, el narrador refiere que desde allí iba a comunicar una línea férrea conectando el resto de España y Europa añadiendo que “Andalucía no se extraña de los progresos industriales”. Ya en la Cartuja se elevaba un magnífico arco de triunfo de orden toscano imitando el cuarzo. La monarca deja allí “sentidas frases a este memorable día, que fue la verdadera gloria para la industria española” y encuentra allí mismo la inscripción “Dios vela por la Reina, la Reina por la Industria”.

Otra memorable noche fue la que sucedió a la inauguración de las obras del río para facilitar su navegabilidad. Noche de hadas donde las iluminarias dejaron sus reflejos mágicos en el río. Un ambiente oscuro en el que la Torre del Oro “se vio inaugurada por nueve mil vasillos” y donde el puente de Isabel II tenía iluminada sus líneas de construcción por “ innumerables número de luces de gas”. Ante tanto espectáculo parece que la mujer dijo “no es posible hacer más ni mejor”.

El penúltimo día de turismo de la reina, esta subió a la giralda. Todo un reto que la madre de los sevillanos resolvió con éxito gracias a su “carácter enérgico y varonil”. Declaró además con chulería que “no es tan molesto como me habían dicho al llegar a este sitio (...) y a no impedirlo la brevedad del tiempo que puedo disponer bajarla y subirla otra vez”. Ya el 26 de Septiembre la familia real, agradecida por la acogida de la ciudad, se despedía con múltiples vivas navegando por el río Guadalquivir -dirección Cádiz- a bordo del vapor Remolcador. Hasta ahí nuestro cuento.

Isabel II quiso llevar a cabo en Andalucía (y en Sevilla en particular) los objetivos marcados por la Casa Real y el mismo gobierno de nacionalizar los territorios. Sin olvidar que estos viajes trataban de ensalzar y popularizar a una denostada reina. Ante el pueblo, como refiere también Víctor Manuel Núñez-García, estas visitas pretendían personificar a través de la monarca conceptos como el Estado y la nación inteligibles (¿les suena esto?). Además, la interacción de los actores del capitalismo y de la corte, servía para que la presencia real fuera vista como benefactora del país y de la diversidad local o regional. Ello sin despojar a la reina de sus arquetipos de feminidad en forma de religiosidad, caridad y maternidad. Ella era la madre de la patria... Hasta 1868.

Ciento veintiséis años más tarde, la reina Isabel II de Inglaterra y el duque de Edimburgo hicieron una visita turística a Sevilla arropados por la clásica calidez de los sevillanos. Se le llegó a preparar a la inglesa un árbol genealógico entroncándola con el rey santo e incluso se quiso demostrar que aquella era andaluza. Tanto fervor no hizo que la reina abandonara su característico hieratismo. Al menos nuestra Isabel en 1862 -que José Luis Comellas definió como apasionada por España y también por sus amantes- dijo que “sentía una gran predilección por todo lo andaluz”.