Estudió en el colegio Saint-Jean Berchmans de Bruselas; más tarde fue enviado a Inglaterra a continuar sus estudios, concretamente al Malvern College; y, tiempo después, recibió formación militar en la marina y estudió Economía Internacional y Gestión Financiera en la Universidad Bocconi de Milán. Educación más exquisita es difícil de disfrutar. Se llama Joaquín. Es príncipe de Bélgica. Y hace unos días se saltó a la torera todas las normas que el Gobierno de España ha ido diseñando. Viajó en avión hasta España y desde Madrid a Córdoba a bordo de un Ave; con las fronteras cerradas a los viajes no esenciales y los trayectos interprovinciales prohibidos.
Joaquín, este muchacho tan majete, iba hasta arriba de SARS-CoV-2. Es decir, los resultados de su prueba fueron súper positivos, o sea. Acudió a una fiesta con más de 25 asistentes. Y ha podido infectar a los pasajes del avión y del tren sin despeinarse. No se le puede pedir más a un muchacho como este. Todo indica que es más tonto que pichote y que favores, lo que se dice favores, a las casas reales de Europa, más bien pocas.
Por si tenía pocos problemas Felipe VI, se suma este sujeto en el debe de la Corona. A los problemas que generan los asuntos turbios de Juan Carlos I, las bonitas actividades de Urdangarín y los millones de rumores que siempre rodearon el Palacio de la Zarzuela, se unen las andanzas de este elemento que se enfrenta a una multa de entre 600 y 10.000 euros. Felipe VI no sale de una y está metido en otra. Y nunca cosa suya. Siempre involucrado en asuntos feos que generan otros.
En lugar de pagar una multa (seguro que la de este individuo será de 600 euros) propongo que realice, una vez concluida su reclusión de 14 días, trabajos sociales. Ayudar en un comedor, por ejemplo, de las Hijas de San Vicente de Paul que están desbordadas, limpiar pintadas de las fachadas o repartir lotes del Banco de Alimentos. Y, después, a casa en las mismas condiciones que todo el mundo. Sin saltarse las reglas y sin abusar.