Por Francisco Javier Merino. Ganador de la X edición
“Verdadero o falso”: en mi colegio, estas tres palabras eran un salvavidas en época de exámenes, ya que los controles parecen hacerse mucho más fáciles cuando, de partida, tienes un cincuenta por ciento de probabilidades de éxito. “Justifique su respuesta”: en mi clase, estas tres palabras equivalían a la mayor de las tragedias, pues anulaban la alegría producida por las tres anteriores.
Como la vida misma, que diría mi padre.
Vivimos en un mundo cada vez más polarizado, hasta el punto de que hemos vuelto a juzgar las cosas como blanco o negro. No me refiero al blanco y negro de las televisiones, claro está, sino al de las opiniones y las decisiones más radicales... ¿Verdadero o falso?
Parece que responder a cualquiera de estas preguntas debería entrañarle al lector la misma dificultad que realizar un examen de verdadero o falso en primero de primaria. Pero, ¿y si al salir de realizar dicho examen, la mitad de sus compañeros le dicen que han contestado justo lo contrario?... Para muchas cosas no hay una única respuesta porque no hay un profesor, aunque cada vez más personas se crean capaces de dar lecciones al prójimo. Quizás algún día descubran que no tienen la verdad absoluta.
¿Cómo tendríamos que responder a todas esas preguntas? ¿A qué debemos adjudicar el verdadero o el falso? Quizás nunca lo sepamos. Eso sí, quizás deberíamos justificar nuestras respuestas.