La Cuaresma estalló en Sevilla. Y no en Abril, sino cuando las chicharras suenan al mediodía entre las berzas y los chicharrones de atún imprescindibles del estío gaditano. Y, miren por dónde, lo hizo en el Sánchez Pizjuan, donde el Sevilla FC prescindió de himnos para rememorar a los postergados del COVID y casi de Dios. Sí a los que no tuvieron derecho a luto oficial, ni banderas a media asta, ni crespones negros. Sí, esos cien mil muertos de las estadísticas, quizás solo la mitad de las sepulturas cegadas en la cal viva de la soledad y el olvido que seremos.
De todos los acontecimientos que uno recuerda al abrigo del deporte, la irrupción de la Marcha Amargura antes del inicio de la Liga 2021 en el Estadio que fuera inaugurado en 1.958, constituye uno de los hitos imperdurables para la historia de esta ciudad y su deporte; y cuya clave emocional solo incumbe a los sevillanos.
No consigo olvidar los ataúdes apilados en el Palacio de Hielo de Madrid, ni los agonizantes muriendo sin otro calor que los ojos envueltos en plástico de un médico o enfermera, sin mano a quien asirse en el último instante de consciencia que precede a la morfina.
Amargura volvió a sonar y no lo hizo al inicio de la Semana Santa que anhelamos, sino en el preludio del silbato del árbitro, en los sones exportados para siempre desde el corazón de Nervión.
Para los no autóctonos, Sevilla tiene varias llaves laberínticas del hermetismo; que solo pueden ser explicadas en su ensimismamiento a través de la Semana Santa y los Reyes Magos.
Son esos dos momentos los que nos retrotraen a nuestros padres y abuelos. La Semana Santa porque no es explicable sin la Esperanza para todos los que vivieron siquiera una madrugada en la calle Feria; o las de Triana, al albur de los que moraron en los arrabales de la quimera que fue aquella isla tras del Puente que sustituyera al de Barcas. La memoria sentimental es una acuarela que también recuerda los Reyes Magos que retornaban con algún carbón para tus padres, pero eternamente de colores brillantes para ti, henchido con algunas breves monedas de chocolate refulgiendo.
Son los mismos nazarenos que los que desfilan cada noche en los escaparates de la confitería La Campana, se inicie o no la carrera oficial por donde transitan en la previa de cada retorno a su barrio.
Sevilla se asoma al abismo en la dicotomía del aquí y el ahora frente a la vida y la muerte.
Y así fue cómo gracias a Pepe Castro, entendimos que la futilidad de la vida, puede ser fugazmente aprehendida entre dos postes y un larguero.
Amargura es quizás la marcha más emblemática de la Semana Santa sevillana. No solo por su antigüedad (1919), sino porque recoge una de las dualidades eternas hispalenses. No en vano el autor que figura en su partitura es Manuel Font, muerto por brigadistas en el Madrid de 1.939. Hay quienes sugieren que fue en realidad su hermano José quien la confeccionó, pero devastado por la muerte de aquel, no quiso privarle de la gloria para siempre. Quién sabe. Me recuerda al poeta que fue Manuel, yendo desgarrado desde la “zona nacional” a despedir y enterrar a su madre y su hermano, Antonio Machado, entre acordes de sus últimos versos, “esos dias azules y ese sol de mi infancia”.
Lo cierto es que la propia Virgen de San Juan de la Palma, sostenida por sus hermanos, un día de los postreros de José Font, prescindió de su tristeza inconsolable ante la muerte de su hijo, y se giró hacia él, quizás su autor, mientras entonaba los sones que por una vez trascendieron del blanco y negro. Si pudiéramos conocer qué sintió éste en ese instante solo suyo, quizás entenderíamos muchos de los vaivenes de la existencia...
En cualquier caso, la Pascua refulgió en Agosto y lo hizo en Nervión, gracias a la humanidad de los actuales rectores del Sevilla FC.
Me dice mi amigo Santi, impenitente sevillista, que mientras sonó Amargura, todo el campo lloró e incluso me asegura que olía a azahar.
Yo, por si fuera cierto, le he pedido una rama, de esas sin abrir, que sumerges en agua, y confías en que nunca florezca, tal vez ese perfume para la eternidad, como aquella colonia que usaba tu madre y conservas en alguna repisa de la estantería, preservada del polvo y junto a la vieja foto raída para todos, salvo para ti.
Mi reconocimiento, pues, a la Entidad de Nervión y a su Presidente Pepe Castro.
La pelota nunca entra por casualidad...
Palabra de bético.