La bandera de España nos representa a todos los españoles. Desde luego, a todos los que queremos, voluntariamente, que nos represente, porque ya se sabe que uno tiene derecho a ser español con y sin bandera. Pero ya saben ustedes a lo que me refiero. El problema es que unos cuantos, históricamente, vienen usándola como trapo abrillantador u ocultador, a conveniencia. Y el resto de los verdaderos patriotas, los que nos enorgullecemos de la patria que late en el valor de tantos millones de españoles de bien, hemos dejado que el discurso del odio empañe la grandeza de los símbolos y de la responsabilidad. Y eso tiene un nombre: involución.
Me decía un amigo ayer que tal involución se debe a que quienes se han apropiado de la bandera lo han hecho porque los otros se han olvidado de ella. Es una manera de verlo y puede que tenga razón. Pero yo le recordaba que las causas y las consecuencias son como los calcetines, aunque en el fondo tengan su derecho y su revés: o sea, que también puede ser que quienes se han olvidado de la bandera lo hayan hecho porque los otros se apropiaron de ella. Un error en cualquier caso, porque somos seres simbólicos a los que un símbolo es capaz de llevarnos a una guerra más rápido que el pan nuestro de cada día. La fortaleza simbólica de la bandera de España se demuestra en su uso deportivo, que es donde la mayoría de los españoles confluye sin problemas de politización.
Pero llama poderosa y tristemente la atención que tantos patriotas de la pija superficialidad, de esos que entienden la patria más como significante que como significado, de los que se llenan la boca diciendo España y no tanto españoles, de los que se preocupan más por la forma que por el fondo, sean siempre los que usan la bandera para convenio propio y circunstancial: como arma arrojadiza, como mecha, como capote, como escudo, como rehén, como trueque, como adorno, como signo diferenciador de clase, como ridícula contraseña de cosas que no precisan sino un mástil muy alto porque la bandera, como símbolo máximo de todos los españoles, no les puede valer a unos españoles contra otros, sino que ha de ondear al libre viento de todos.
Quienes piden respeto a la bandera han de dar ejemplo. A nadie se le prohíbe exhibir una bandera donde le dé la gana. Lo que se prohíbe, por fuerza mayor, es que la bandera se convierta en prostituido instrumento para ejercer la demagógica irresponsabilidad de poner en peligro la salud de todos los españoles. Porque la bandera de todos representa también llevar a gala la salud pública, es decir, tenerla por bandera.