La apertura del Vizcaíno, unos días atrás, anunciaba la llegada de la nueva normalidad. Para que ésta fuese completa, la calle Feria necesitaba de sus comerciantes y de sus cortes de tráfico en la madrugada del jueves.
Era como un jueves de antaño, pero hecho a esta nueva vida llena de recortes: recortes en la distancia, en el número de puestos, con un itinerario marcado para ir y volver y hasta en los productos.
Había mucho menos público del habitual. El mercadillo, en los últimos tiempos, se ha convertido en un reclamo turístico más de la ciudad. Una especie de Portobello fusionado con un Cash Converter. Las antigüedades se mezclan con los mandos a distancia de televisores de antaño y con cañas de pescar que están a un lance de quebrarse.
La nueva normalidad ha quitado algo que no era normal: las típicas mantas que se colocaban en la Plaza de los Carros con productos de dudosa procedencia.
El Ayuntamiento colocó una mesa con cintas de plástico para delimitar las zonas y con panfletos sobre las normas a seguir.
El delegado de Seguridad, Movilidad y Fiestas Mayores del Ayuntamiento de Sevilla, Juan Carlos Cabrera, se dio una vuelta para comprobar que todo volvía a ser como antaño.
Todo igual excepto que tuvo que esperar para poder entrar en el Vizcaíno. Sí, uno de los templos laicos de la cerveza en Sevilla tiene aforo limitado a 20 personas y a Cabrera le tocó esperar un par de minutos para poder entrar a comulgar con la Cruzcampo.
Había muchos sevillanos ávidos por ver cómo volvía El Jueves de su confinamiento. Ya lo han visto. Las ofertas están bien entrada la mañana y a medida que pasa el tiempo, sólo quedan los retales que están a un paso de llevarlos al punto verde.
El pescado, a eso de las 11 de la mañana, está todo vendido. Y sin guiris a los que echarle la caña, malo. Y el Vizcaíno con aforo limitado, peor.