Empieza la campaña electoral que precede a unas elecciones que pudieron evitarse si los intereses del país hubieran primado sobre la coyuntura y demás ventajismo de los contendientes.
El viejo axioma de que las campañas son un trámite de refuerzo de posiciones ya preexistentes en el electorado ya no es tan válido. Porque el porcentaje de voto indeciso con ser pequeño se ha convertido en decisivo. Y de esa decisión además depende que se produzca un vuelco impredecible en el equilibrio de fuerzas políticas que han permitido el periodo de estabilidad política más largo de nuestra historia.
Unos cifran su ventaja en una baja participación. Pero la abstención es una sombra que conviene despejar haciendo ver al electorado que siempre (y ahora más) quien no vota deja que otros voten por él.
Hay tiempo para que la campaña clarifique las posiciones frente a la maraña de mensajes contradictorios con el que el oportunismo ha pretendido confundir al electorado. Corresponde al partido socialista evitar ser ocultado como fuerza política representativa del centro izquierda español frente a los sedicentes nuevos socialdemócratas, especialistas en lanzar discursos contradictorios encaminados a atraer a votantes incompatibles entre sí.
Tiempo habrá de analizar el oportunismo, también, de quienes han pretendido perjudicar al adversario fomentando a los que, a la postre, pueden provocar un daño mayúsculo al sistema. Pueden pensar que todo vale en política pero ha de confiarse en los ciudadanos que sepan saltar sobre esos obstáculos y sitúen a cada uno en su sitio.
Esto es lo que está en juego a partir de hoy.