La Tostá

La candela de Cuatro Vientos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
07 dic 2021 / 08:03 h - Actualizado: 07 dic 2021 / 08:07 h.
"La Tostá"
  • La candela de Cuatro Vientos

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Cada año, cuando llega diciembre y con él el frío, suelo ponerme nostálgico porque recuerdo la candela que encendíamos los niños en Cuatro Vientos, la aldea de Palomares del Río donde me crié, en la carretera que une este pueblo con Almensilla. La candela no se apagaba durante todo el mes de diciembre y nuestras madres llenaban las copas de ascuas para calentarnos en la salita. Bien entrada la medianoche, le poníamos dos o tres buenos troncos de olivo y por la mañana muy temprano, amaneciendo, alguien volvía a echar más leña a la candela para que no se apagara en todo el día.

Era nuestra manera de recibir la Navidad en Cuatro Vientos, la época del año que más me gustaba, sin duda alguna, por la candela y porque teníamos dulces extras, además de porque estrenaba siempre algo de ropa de invierno y unos zapatos. En algunas casas criaban cerdos, pavos y pollos de engorde, que sacrificaban días antes de Nochebuena. Solía hablar con los cerdos unos días antes de la matanza para explicarles que no los matábamos porque no los quisiéramos, sino porque era la tradición en tan señaladas fiestas, y porque teníamos hambre. No se lo van a creer, pero un año le dije a un cerdo joven que iban a sacrificarlo para pasar la Nochebuena a base de su carne y se puso a llorar como un chiquillo.

Una vez pasado el disgusto, el pobre cerdito me dijo que no iba a chillar para evitarme el mal trago cuando le cortaran la yugular. Fue una matanza silenciosa y hubo quien dijo que el cerdo era mudo, pero no lo era: aguantó el dolor del machetazo para no lastimarme. En agradecimiento, aquel año no probé la carne. Las mujeres y los hombres llevaban pedazos del cerdo a la candela para asarlos y era terrible oír cómo crujía el pestorejo. Se comían hasta los testículos del pobre animalito y el humo dibujaba a veces extrañas figuras en el cielo, como ánimas banditas que venían a llevarse el espíritu de los puercos.

De niño siempre pensé que las nubes no eran sino los espíritus de todos los animales que se sacrificaban en el campo para sobrevivir. Algunas tenían formas de pavos o cabritos, aunque a lo mejor solo las veía yo. En la candela también asábamos castañas, bellotas y caracoles grandes. Por las mañanas, los hombres se hacían sus tostadas y se calentaban los pies, y las mujeres hervían agua en cubos de hierro para lavar la ropa o matar chinches, esos bichitos del demonio que se criaban en los catres y que te llenaban el cuerpo de ronchas

La candela era de todos y siempre supe que nos queríamos tanto todos los vecinos porque la lumbre obraba el milagro del entendimiento. Cuando pasaba la Navidad ya no se hacía la candela, se dejaba en paz a los cerdos, los pavos y los pollos de engorde, y Cuatro Vientos volvía a ser una aldea tranquila donde nunca pasaba nada extraordinario. A veces, lo extraordinario solo ocurría en mi imaginación. A lo mejor, todo cuanto he contado nunca ocurrió.