España tiene fama en el mundo entero de tener una carne en general de mucha calidad y cientos de miles de turistas vienen a disfrutar de ella en lugares como Asturias o Castilla y León. Yo mismo voy cada año a Ávila solo a zamparme dos o tres buenos chuletones de vaca autóctona, el cochinillo de Arévalo o el entrecot de choto de Los Cuatro Postes, un hotel abulense donde se come de maravilla. Pero estos días he perdido el apetito con la polémica de las macrogranjas y esas imágenes que suelen poner en las televisiones de cerdos con tumores y vacas estresadas. Ahora mismo sería incapaz de ir a Ávila, que es como mi segunda tierra, por esta campaña que inició el señorito Garzón, que no ha sido una simple metedura de pata de las suyas sino algo pensado, estudiado, porque aunque no es una lumbrera tampoco puede ser tan mostrenco. No sé si se han dado cuenta, pero ya no se habla de la subida diaria de la luz, que sigue estando por las nubes. Se habla solo de las granjas donde según el ministro malviven animales cuya carne -de escasa calidad, según él-, exportamos al mundo. Quiero pensar que cuando compro una carne en Marcadona o voy a un buen asador a disfrutar de una buena chuleta o un solomillo lo puedo hacer con la total seguridad de que es de calidad y que no voy a enfermar. Para eso mantenemos a ministros como Garzón, para que hagan bien su trabajo, y no dudo de ello. Me horrorizan esas granjas con miles de cabezas de ganado, pero entiendo que son necesarias y que pueden ser compatibles con la otra industria cárnica, la de los cerdos en libertad, en la sierra, comiendo bellotas y escuchando cantar a Camarón. Por cierto, ¿quién se puede permitir comer siempre buena carne ibérica, al precio que está en los grandes almacenes? Esa carne no es para los pobres, sino para quienes la pueden pagar. Los pobres, los que puedan, suelen comprar pollos que engordan en dos meses o cerdo blanco de esas horribles granjas que abastecen a la población. Porque, claro, si no existieran esos grandes mataderos, ¿se podría abastecer a toda la población y, además, exportar la carne de calidad que vendemos al mundo y que meten en España miles de millones de euros al año? Es una de nuestras mejores industrias. A ver si vamos a tener que volver a criar pollos, pavos, conejos y cerdos en casa, como con Franco, que me lo estoy viendo venir. Porque podríamos vivir sin carne, claro está. Y también sin Alberto Garzón y su jefe, que no sé si pasan o no los controles de calidad. La carne, que es un alimento fundamental, no puede ser un artículo de lujo y si no hay grandes mataderos, lo será. Alguna vez he contado aquí mismo que mi tía Rosario la Serena, de Arahal, iba a veces a la plaza de abastos y, alguna vez, una vez al mes, como máximo, pedía un muslo de pollo para hacer un arroz. “Hoy comeréis como los reyes”, decía. Era un muslo para cuatro personas. Y el filetito de ternera era siempre para el que estaba malito con la gripe y había que dárselo para que se pusiera fuerte y pudiera ir al campo. ¿Vamos a volver a eso?