El viaje ha sido largo. Muchos kilómetros en un solo día. Y mucho pensar, escuchar música, programas de radio, mirar la carretera, pensar, más música, mirar, pensar. Casi nadie se atreve a llamar sabiendo que conduces. Los viajes se hacen ahora más solo que antes. He parado un par de veces para gastar cerca de un millón de euros en combustible, llamar a mi esposa, comer una chocolatina y caminar unos metros. En una de las gasolineras se podía escuchar la radio. Alguien leía unos textos bastante absurdos que parecían cartas de amor. Me he quedado unos minutos más de lo necesario para gastarme una fortuna en gasolina porque quería saber qué era eso. Resultó ser un concurso de cartas de amor. Era inevitable. Los finalistas, tres mujeres y un hombre, habían leído las suyas con muy poca fortuna. Eran malas y leídas de esa forma resultaban mucho peores. Decían estar nerviosos porque llegaba el momento de saber quien era el ganador. Publicidad. He tenido suerte. La chocolatina se me estaba deshaciendo entre los dedos. He aprovechado para limpiarme y terminar con ella. Ni se me ha ocurrido subir al coche. No me hubiera perdido ese final por nada del mundo. La locutora dice que lo malo de los premios de cartas de amor es que no pueden ganar todos. Suena un crujir de papel (estaría abriendo el sobre, digo yo). Para dar emoción al asunto decide aportar los datos de participación. Un noventa por ciento de mujeres. «Claro, es que las mujeres escriben y leen mucho más que los hombres, y esto del amor parece que los varones lo desprecian un poco. Eso sí, cuando un hombre escribe una carta a su amada suele ser definitiva», dice la locutora utilizando un tono de voz serio, muy apropiado para un momento tan especial. Ha ganado una mujer. La carta era especialmente cursi, escrita con un lenguaje ramplón, pegado a la lágrima fácil y al estereotipo. Lo que gusta, vaya. Era el momento de continuar el viaje.
Pensar, escuchar música, programas de radio, mirar la carretera, más música, pensar. Y entre tanta idea y tanta música, he recordado la carta que escribió mi buen amigo Julio a la que era su novia y ahora es su mujer. Ella le había dejado por un tipo mucho más alto que él, con un coche mucho más elegante, la cartera llena de pasta y una sonrisa que media facultad le quería borrar a guantazos de esa carita de memo que tenía. Me la dio para que le echara un vistazo. Era mucho peor que la ganadora del concurso radiofónico. «Julio, mira, copia un poema de Neruda, pero hazlo sin que tenga forma de poema. Todo seguido. Ya verás como eso no falla». Y lo hizo. Ni corto ni perezoso lo hizo. La tituló ‘Carta de amor para quien me quiera’. Puedo escribir los versos más tristes está noche. Escribir, por ejemplo: La noche esta estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos. El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche... Su novia dejó al tipo de la sonrisa estúpida. Creo que ella aún no sabe la verdad. El día antes de la boda, mi amigo le dijo que sólo le pedía una cosa, que jamás entrara en su casa un libro de Neruda porque le detestaba, que quedaba prohibido ese autor en sus vidas.
Muchos kilómetros y mucho pensar. Antes de llegar a Sevilla, a la altura de Carmona, se ha organizado un atasco monumental. Accidente. Veinte minutos parados. Y sin chocolatinas. No he tenido más remedio que escribir una carta de amor para enviarla al próximo concurso radiofónico que se convoque. Comienza así: Amor mío, ahora ellas duermen todas sobre mi corazón como sobre una barca y su sueño se hace para dulces anzuelos. Pero sólo por una me daré la vuelta, y me pondré a la fila de los hombres.Bonito ¿verdad? Creo que tengo muchas posibilidades de ganar. Lo dijo la locutora, cuando un hombre escribe una carta de amor suele ser definitiva.