La Tostá

La crisis de la mediana edad

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
16 feb 2020 / 10:27 h - Actualizado: 16 feb 2020 / 12:15 h.
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  • La crisis de la mediana edad

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Últimamente se habla y se escribe mucho sobre a qué edad somos más infelices y parece ser que lo somos, en general, entre los 45 y los 50 años. Esto es, en la que llamamos la mediana edad. Tiene su lógica, porque al haber vivido ya la mitad de la vida empezamos, por una parte, a hacer balance de lo vivido, y por otra a pensar en qué nos queda por vivir. Por lo general, con medio siglo de vida solemos tener ya una estabilidad económica y sentimental, aunque haya excepciones, claro. Hay quien no le ha dado un palo al agua y sigue esperando la renta mínima básica de Pablo Iglesias.

Mi abuelo Manuel, que no era muy hablador, aunque sí un gran pensador, me dijo una vez en el campo, con su gorra campera y un celta corto sin boquilla gastándose en la comisura de los labios: “Tienes toda una vida por delante. Yo ya voy camino del trastero de las cosas inservibles”. Tenía más de setenta años y era consciente de que había hecho ya todo lo que tenía que hacer en la vida. No agradecía lo que tenía, porque no tenía nada. De hecho, solo dejó el dinero justo para su entierro, un calabozo, una piedra de amolar, unas tijeras de podar olivos y una navaja mediana con las cachas de pasta verde. Eso sí, había criado dos hijas y tres nietos.

Recuerdo que, con 10 o 12 años, le dije: “Popá Manué, usted va a dejar algo que no todo el mundo deja cuando se va: cientos de olivos. Cada olivo que sembró y que ayudó a crecer será parte de su obra”. Le gustó que le dijera aquello. Aún hay olivos en Arahal que fueron sembrados por mi abuelo paterno, el hombre que me crió. A veces, cuando voy al pueblo paso por las tierras que tuvo en alquiler y veo sus olivos, casi centenarios, con las chuecas gordas y huecas, algunos casi muertos pero dando aún aceitunas que se venden en grandes superficies o que acaban en tinajas del propio pueblo.

¿Qué es más importante, dejar un olivo o un libro? Tengo doce libros escritos y decenas de miles de artículos. Bien, ¿y qué? ¿Tanto esfuerzo para eso, para dejar una docena de libros de flamenco, unos treinta mil repartidos por el mundo que se van a ir deteriorando y que acabarán en un mercadillo o en la basura? ¿Es eso un legado? Cuando deje de escribir ingresaré inmediatamente en el club de los olvidados. Ni siquiera tengo un nieto, como tuvo mi abuelo, que vaya a ir a las bibliotecas a ver el desgaste o no de los libros para saber si estoy más o menos vivo, como yo voy a Arahal para ver si sus olivos siguen agarrados a la tierra o los arrancaron para poner Mercadona o la Piscina Municipal.

Creo que estoy en la crisis de la mediana edad. ¿Que en qué lo noto? Sobre todo en que cuando miro hacia atrás me veo ilusionado. Cuando empezaba a escribir, hace más de cuarenta años, todo era meter un folio en la Olivetti y sentir un dolor en el pecho de tanta emoción como eso me producía. Tenía siempre ganas de decir cosas y a veces parecía que alguien me las dictaba desde alguna desconocida habitación del alma. Bajaba todas las mañanas al kiosco aún de noche para comprar El Correo y ver cómo había quedado mi artículo de opinión o mi página de flamenco. Solía ponerlo abierto en el sofá o encima de una mesa para ver el trabajo mientras andaba por la casa. Era un sueño hecho realidad, el de un niño que quiso dedicarse a escribir aun habiendo nacido en una casa sin libros.

Escribiendo anoche, de madrugada, este artículo de hoy me preguntaba si tendría o no miles visitas, aunque no me ocupara de Rosalía. Cuarenta y tantas mil visitas, tuvo mi columna sobre esta cantante de moda hace un par de semanas. ¿Y qué? Tuvo tantas como insultos recibí en las redes sociales por opinar libremente sobre su estilo. Esto hubiera sido la repera hace cuarenta años, pero hoy, en la crisis de la mediana edad, lo que de verdad me importa es abrir la ventana al levantarme cada día y que al subir la persiana me esté esperando el sol para darme los buenos días y calentarme un poco la zona lumbar.