La factura

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Jesús Ollero ollerista
04 sep 2021 / 21:50 h - Actualizado: 04 sep 2021 / 21:52 h.
  • La factura

El verano suele ser una época de ciertas distracciones monetarias, gastos poco habituales, planes poco viables el resto del año y, por encima de todas las cosas, el momento ideal para morirse sin que se entere mucha gente. Al menos hasta hace bien poco, anunciar decisiones en época vacacional era ideal para pasar relativamente desapercibido, aunque meterla doblada en la era de internet se ha puesto cada vez más complicado.

¿Recuerda usted la prima de riesgo? ¿Ese indicador hasta entonces desconocido para el gran público que marcaba las opciones de endeudamiento de un país? Escaló y escaló que parecía que nos íbamos a arruinar (en realidad lo estábamos, vaya), hasta que dejamos de escuchar sobre el tema. Me temo que con la luz puede pasar algo parecido. De escalada en escalada, se terminará estabilizando en un precio muy superior al del año pasado o al de la vida precovid, pero nuestra preocupación cesará en cuanto nos acostumbren a pagar sin protestar. Que dicho sea de paso, aquí no protesta casi ni Podemos, los audaces neopolíticos que iban a darle la vuelta como un calcetín al epicentro de las puertas giratorias.

Estamos en un momento tan peculiar que uno no sabe si sale mejor planchar una camisa o comprarse otra, por no hablar de la coña marinera de las horas y los tramos. Miras tu factura y no entiendes nada porque en muchas facturas de mucha gente no aparecen esas distinciones. Total, que la lavadora que pone esa vecina de madrugada y que se te mete en la cabeza hasta el infinito en las noches de sueño ligero resulta que no le está saliendo tan barata, mientras a ti el ruido y el no dormir te sale por un pico.

Hay una cosa que los gobiernos, en general, no hacen bien. Las personitas, o un gran número de ellas, no entienden por qué ocurren ciertas cosas, cómo funcionan algunos servicios y qué o quién fija los precios de los elementos necesarios para sus vidas grises o de color. Hace bien poco, finales de agosto, con la luz más disparada que las metralletas de Rambo, el gobierno empezó a repetir de manera habitual que no se podían tomar decisiones (intervenir el precio, básicamente) por la normativa europea. Dar una explicación tardía y tan inconcreta es tan malo como no darla. En estos días hemos escuchado explicaciones más o menos convincentes del funcionamiento del precio de la luz, pero no de quienes pueden pagar en votos la factura del ciudadano. La divulgación no es enemiga de la transparencia ni implica asumir responsabilidades sobre cosas que se escapan al control de un gobierno, que las hay, claro que las hay. Es, sencillamente, hacer comprensible este desastre para evitar que, en la humana necesidad de encontrar ‘culpables’, se le señale a uno.

El mismo interés que el ministro de Consumo puso con la carne (¿?) y ha puesto con la muy necesaria regulación de la publicidad de las casas de apuestas ha debido ponerse en hacer comprensible por qué se paga el triple por la luz, que no deja de ser de las (pocas) cosas esenciales de verdad en la vida diaria, con el agravante del dramático y ruinoso contexto actual. Y más todavía cuando el presidente Sánchez, la ministra del ramo y la portavoz han insistido estos días en que el gobierno “ha tomado, toma y tomará” decisiones. Pero en realidad no sabemos con claridad cuáles.

Lo más parecido que hemos visto por aquí de esa necesaria divulgación han sido las exposiciones fiscales y presupuestarias del consejero Juan Bravo, una de las grandes claves de su indudable aceptación entre la prensa (y de los celos de terceros) y uno de los grandes pilares de la transmisión del discurso de la bajada de impuestos del gobierno andaluz. Que la mayoría de la gente no quiera saber la verdad verdadera, o no esté preparada para ello, no quita que sea un error dar una ‘patá palante’ a un tema tan serio y tan inequívocamente generador de cabreos. Es evidente que se debe ser prudente con lo que se dice, pero también lo es que no decir nada ya dice mucho.


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